Cuando llegaron a España por vez primera las latas de Coca-Cola, el encendedor con chispa eléctrica y el mando a distancia, pensé que habíamos alcanzado la modernidad ya casi por completo. Tal vez fuera una visión en exceso optimista, pero en aquel momento creía de verdad que como país empezábamos ya por fin a enderezar un poco el rumbo.
En el momento de su aparición, el mando a distancia tenía sobre todo un carácter utilitario. Gracias a él podíamos conocer más pausadamente los programas que emitían los diferentes canales —que tampoco eran muchos entonces—, así como encender y apagar la tele sin levantarnos de la butaca, algo que para mí era casi lo mejor de todo.
El mando a distancia llegó a ser además un elemento de poder en el seno de cada familia, pues quien más lo controlaba solía tener también en sentido casi literal el mando de la casa. Esa persona decidía lo que se iba a ver y lo que no, provocando unas riñas y trifulcas familiares que nada tenían que envidiar a las de Dinastía, Dallas o Falcon Crest.
Los momentos de mayor tensión solían vivirse cuando, por ejemplo, coincidían a una misma hora el recurrente partido de fútbol del siglo, la nueva reposición de Verano azul y el enésimo pase de Pretty Woman. Seguramente, más de un proceso de divorcio o de entrega en adopción debió de fraguarse en aquella época televisiva tan tempestuosa.
Esa situación logró encauzarse felizmente cuando en muchos hogares empezó a haber ya más de un televisor, a veces casi en cada estancia, salvo quizás en el recibidor y en el cuarto de baño. Cada miembro de la familia tenía así su propia tele y su propio mando a distancia, por lo que todo se volvió a partir de entonces algo más relajado y apacible.
Con posterioridad, tras la aparición de la TDT y de las plataformas, el cometido principal del mando a distancia pasó a ser el de ayudarnos a hacer «zapping» lo más rápido posible, para intentar hallar de vez en cuando en algún canal algún programa cautivador, o, como mínimo, para ir ganando musculatura en el dedo pulgar de la mano izquierda.
Mucho más recientemente, aparecieron otro tipo de mandos, por ejemplo para graduar el aire acondicionado o la luz. Además, nuestro propio móvil se reconvirtió también en un mando, aunque muchos lo seguimos utilizando hoy sólo para sus funciones más clásicas: hacer llamadas, enviar whatsapps y afligirse diariamente al leer las noticias.
Como la tecnología siempre avanza, no sé si algún día los viejos mandos televisivos desaparecerán y serán ya cosa del pasado. De momento, resisten, como las latas de Coca-Cola y los encendedores con chispa eléctrica, pero aun así ya he empezado a ver mandos como el mío en alguna tienda vintage, en algún mercadillo e incluso en el rastro.