Uno de los aliados más seguros que tenemos cuando necesitamos recobrar un poco de paz espiritual o cuando necesitamos sentir un poco mejor nuestro ánimo, es el mar.
Podemos estar contemplándolo durante horas y horas, sin cansarnos, mientras poco a poco vamos notando cómo, de manera progresiva, vamos sintiéndonos más tranquilos, más serenos, un poco mejor.
Desde el origen de los tiempos, el mar ha sido visto siempre con un gran respeto por todas las personas que en algún momento, por las razones que sean, se han tenido que adentrar en él.
Durante siglos, los grandes descubrimientos y los contactos comerciales entre diferentes culturas tuvieron siempre lugar a través del mar, aunque algunas de las más terribles batallas de la historia se desarrollaron también en los océanos y en los mares.
Para los pescadores y para los navegantes, el mar es en ocasiones un buen y gran aliado, y en otras un peligroso y acérrimo enemigo, como todos sabemos bien, pues las tormentas, las olas gigantescas, los naufragios, las desapariciones, los accidentes, los misterios o las leyendas forman también parte del mundo marino.
A veces, en lugar de decir o de escuchar decir «el mar», decimos o escuchamos decir «la mar», sobre todo en los momentos en que queremos mostrar y demostrar nuestro aprecio y nuestro cariño hacia un elemento que, de forma muy especial en el caso de los isleños, es consustancial a nuestras propias vidas.
En los meses estivales, el mar y las playas suelen estar llenas de gente en muchos rincones del mundo. Es una imagen que me gusta, como también me gusta la imagen de las competiciones de vela o de los cruceros marítimos.
Personalmente, me gusta pasear junto al mar en los días soleados o grises del otoño, y preferentemente en playas desiertas, sobre todo cuando necesito recobrar un poco de paz espiritual.