En Suiza no es legal la eutanasia, pero sí el suicidio asistido.
Con la eutanasia, el que mata al paciente es un médico o sanitario, por lo general con una inyección letal. En el suicidio asistido, en cambio, se mata uno mismo, tomando un veneno que le ha preparado un médico (a menudo el sanitario le introduce la vía y el suicida solo ha de darle al botón).
Pese a que hace 35 años que hay asociaciones que realizan el suicidio asistido y que se dice que está “normalizado” en Suiza, la verdad es que incluso los médicos que lo apoyan intentan involucrarse lo mínimo posible.
El médico “suicidador” prepara la dosis del veneno, pero, por lo general, intenta no ir a la casa del paciente suicida ni estar presente en ese momento. Para eso se confía en el “acompañante”…
Un reportaje en “Swissinfo” dice que “en Suiza, ayudar a las personas a suicidarse es un empleo”.
La mayor organización de suicidio asistido, EXIT, tiene contratadas a más de 40 personas suicidadoras (les llaman asistentes). Según su vicepresidente, la mayoría son jubilados de más de 65 años, que antes trabajaban de cualquier otra cosa. Acompañan al suicidio cada año de unos 1.000 suizos o residentes en Suiza. Nada de ir a hospitales, que son lugares llenos de gente acostumbrada a salvar vidas. Un porcentaje muy elevado se suicida en su propio hogar.
El suicidador lleva el veneno y espera a que el suicida lo tome. Una vez muerto, el suicidador espera a que se produzca la rutinaria inspección policial, que ni busca ni encuentra coacción ni freno sobre el difunto.
Un suicidador de EXIT gana 600 € por muerto. Y un dinero extra por desplazamientos (aprovecha para ver el bonito país) y llamadas de teléfono. “Como regla general, un asistente dedica aproximadamente 20 horas a cada caso. Eso equivale a una tarifa de 35 a 40 euros por hora, aproximadamente el equivalente a la paga en trabajos de enfermería”.
Esas 20 horas implican hablar con el suicida, con sus familiares, amigos, y estar presente en el momento. Para trabajar de suicidador hay que formarse un año y conocer los aspectos médicos, legales y psicológicos del negocio. Muchos lo hacen por ideología, o son personas que han vivido el trauma de la muerte de alguien cercano. Los suicidadores dicen que quieren “ayudar”. Cada uno puede “encargarse” de que se maten entre 15 y 30 suicidas al año.
EXIT quiere tener más suicidadores. Como es gente mayor, muchos se cansan. Otros, aunque dicen estar contentos de “ayudar”, admiten que esta tarea tan especial les afecta. EXIT trabaja solo con suizos o residentes en Suiza. Es distinta otra asociación de este macabro sector, DIGNITAS, que acepta extranjeros. Es una empresa de turismo suicida, que gestiona los viajes, el alojamiento y el veneno. Comentan que se gana más dinero porque vienen clientes ricos de todo el mundo con sus acompañantes.
Según Swissinfo, su proceso de entrenamiento y suicidio asistido es casi el mismo que el de EXIT. La gran diferencia es que los empleados de DIGNITAS entregan el medicamento, no las personas contratadas para prestar asistencia.
¿Afecta por dentro al suicidador? Susanna Schmid, exabogada especializada en asuntos juveniles, se hizo suicidadora después de jubilarse a los 60 años. Dice que su trabajo “es muy exigente más que deprimente”. Añade que reflexiona un poco más cuando “suicida” personas más jóvenes, con las que “a veces dejan atrás a adolescentes o niños pequeños”. Quizá porque matar a un semejante, o ayudar a que se mate, sigue siendo algo que repugna por dentro al ser humano. Incluso al que “suicida” a 15 o 30 al año.
El Papa Francisco ha dicho recientemente que hay un aumento preocupante y complejo de los desafíos de la salud mental de los jóvenes, cuyos desafíos que les preocupan son muchos: la dignidad del trabajo, la familia, la educación, el compromiso cívico, el cuidado de la creación y las nuevas tecnologías. “El aumento de autolesiones, hasta el gesto más extremo de quitarse la vida, son signos de una angustia preocupante y compleja”.
Ha pedido una alianza educativa que aborde la “metamorfosis no solo cultural, sino antropológica” en la sociedad. Se necesitan estructuras de apoyo integrales en medio de lo que ha llamado “cambio de época” que afecta a los jóvenes.