Corrían los primeros años del siglo XX, cuando Pedro Mascaró y su hermano fundan Mascaró. 18 años después, el 18 de noviembre de 1939, nacía en Ferreries Jaime Mascaró. La pequeña población menorquina atesoraba una rica tradición en la fabricación artesanal de zapatillas de ballet y Jaime no pudo resistirse a ella. Muy pronto, trabajando junto a su padre, se convirtió en un experto en este tipo de diseños, sin que su trabajo como electricista ensombreciese su auténtico carácter y vocación.
Con apenas 2o años y una pequeña colección de modelos de ballet en la maleta, Jaime Mascaró zarpó rumbo a Barcelona con la idea fija de abrir las puertas del pequeño taller familiar al gran mercado de la península. Ese viaje viró el destino de la familia, al no escapársele a Jaime Mascaró el enorme potencial en el sector del calzado de niñas. Un piso más duro y un pequeño tacón convertían las zapatillas de ballet en un bello zapato de calle, en las bailarinas, francesitas o manoletinas que todos conocemos.
Del ballet, a la calle. De Menorca A Barcelona. De los pies de las niñas a los de sus madres. Y de ahí, a su primera colección de mujer, a la conversión del pequeño artesanal en fábrica de calzado y a la expansión por España en los años 60, a fichaje de un diseñador italiano- algo completamente innovador entonces- como director creativo de la firma, en los 70, y a la inauguración de una fábrica más moderna y a la apertura de tiendas propias en la década siguiente.
En los años 90, Mascaró inicia su expansión internacional con la apertura de una primera tienda en París y prepara la transición dando entrada en la empresa a sus hijas, Lina y Úrsula Mascaró. Con ellas han llegado nuevos mercados, nuevas tiendas propias, nuevas marcas- Ursula Mascaró, Pretty Ballerinas, Pretty Loafers-, la adoración de celebrities mundiales y una presencia en los cinco continentes a través de 98 tiendas propias y una extensa red de tiendas multimarca.