El Credo Nacianceno del 325 avalado por el Concilio de Trento 1545 ha ido cojo desde sus comienzos, perdiendo en inercia, por faltarle una afirmación fundacional que dé cuerpo y peso a todas sus proclamas de fe pasadas y que rece “Creo en la Buena Noticia del Cielo”.
Vivimos en un “cielo” en expansión por una fuerza desconocida que los astrofísicos tildan de “energía invisible” que representa hasta un 73% de todo lo que hay. La “masa compacta” del día a día que entra por nuestros sentidos muestra sólo un 4% de cuanto percibimos…el resto se llama “materia oscura” que cuenta por el 23% restante que tampoco se toca.
Navegamos, sí, en un lindo misterio que clama al portón del razocinio por dar con nuevas proposiciones de fe que nos remodelen y arropen. Lo que está en juego no es tanto causar un cambio, mejor es el percatarse que estamos rozando ya un nuevo paradigma, una mutación quizás al mejor estilo de Charles Darwin.
Brian Green astrofísico canadiense se percataba de que algo crítico y nuevo (nuevo como una Súper Nova), sucedía en la cocina de su madre al oler el aroma del asado en su punto en una mañana de domingo.
Mucho se ha escrito y dicho de todo lo revelado si bien se ha cristalizado en dogmas y no en hipótesis y en “Instrumentum Laboris” que son los medios de ir a grapas y elucidando el misterio que somos…siendo aún la asignatura pendiente saber leer el “Libro de la Creación” como señala La Fontaine “Pregúntaselo a la hormiga”.
El fallecido E.F. Schumacher creía que existen dos sitios en los que se puede hallar sabiduría: en la naturaleza y en la experiencia religiosa.
En Occidente, sin embargo, la religión y la ciencia han estado reñidas desde el siglo diecisiete. Esta separación ha sido nefasta para la gente: la religión ha sido privatizada y la ciencia se ha convertido en un violento sirviente de la tecnología, con el resultado de que las personas se han aburrido, violentado, se han sentido solas, tristes y pesimistas. Fundamentalmente se han convertido en víctimas: víctimas de guerras mundiales, guerras de religiones, de impuestos militares masivos, de prácticas religiosas, de un desempleo innecesario, del horrendo conflicto entre el tener y el no tener…de clasificarnos en “Buenos o Malos”.
Ahora se ha de abogar por una tregua, o más que una tregua, una búsqueda común de sabiduría por parte de los científicos y agentes espirituales por igual: la sabiduría que la naturaleza y las tradiciones religiosas nos puedan relegar.
Es evidente que los modelos einsteiniano y post-einsteiniano del universo quántico están abriendo estas avenidas de sabiduría de la naturaleza para el científico y para la sociedad en su conjunto.
Las religiones también, ¿Están dispuestas a abandonar los paradigmas anticuados, dualistas de “los buenos o los malos”…con el mismo valor con que la ciencia abandona otros predicamentos?
Hablar de un “nuevo paradigma” no se refiere a montarnos una visión religiosa y científica a nuestra talla y medida…más bien percatarse que el mundo y nosotros en éste se hace, se crea, se renueva… no en el tiempo, sino “con el tiempo”.
Algo así como ir remando con la cara a popa (el pasado ya trillado), e ir avanzado de proa en un presente siempre más nuevo, creativo y como de parto.
Sin duda hay un aire nuevo en lo que a nuestra generación incumbe, en las formas y expresiones que junto con científicos, místicos, artistas, trabajador@s por la paz y la justicia, feministas y ciudadanos del “Tercer Mundo”, con-formemos.
Hildegarda de Bingen (Alemania 1098-1179) como botón de muestra dice: “El aire que por doquier se respira, sirve a todas las criaturas por igual indiscriminadamente”.