Ya hay sentencia en el caso del accidente que segó la vida de dos ciclistas e hirió a otros dos el 1 de agosto de 2010. Lluís Valls, el joven que conducía aquella mañana después de haber pasado toda la noche de fiesta en Ciutadella, ha sido condenado a dos años y medio (y un día de prisión) y a tres y medio de retirada del permiso de conducir.
“Le ha salido barato matar a dos personas y herir a otras dos”, opinarán muchos. “Mala suerte ha tenido el chico” o “pobre chaval”, empatizarán los menos. Y yo sólo pienso en cómo resumí mis sensaciones en la primera jornada del juicio celebrada el pasado lunes: “Éste es un juicio de corazones rotos”, pensé.
Durante el tiempo que precedió al inicio de la vista, por mor de los intentos que realizaban las partes para alcanzar una conformidad que no llegó, había una expectación inquieta. Al entrar a la sala de vistas, que se quedó pequeña para los familiares y los amigos de las víctimas (llamativa la ausencia de algún representante de la Federación de Ciclismo Balear), la expectación se mezcló con una profunda conmoción.
Era como si todos los corazones que latían entre las frías paredes de la sala lo hicieran con un pedacito menos, alimentando un latido colectivo encogido y sangrante, al ritmo de una respiración lenta, que se acompasaba al compás de la pena, del dolor, de la rabia, de los recuerdos y los olvidos, un latido emotivamente comedido.
Rotos los corazones de las esposas, los maridos, los hijos, los hermanos, los amigos…de una parte, las familias, como de la otra, el acusado, rotos, quizás menos, los de quienes asistíamos al juicio por motivos profesionales, rotos los corazones porque fueron muchas las vidas que se truncaron aquella mañana de agosto (como, cuanto menos, sobresaltados están los de los implicados en el atropello de ayer en Alaior).
El joven conductor había pactado no beber porque conducía, y aseguró haber tomado sólo una copa- dio negativo en las pruebas de alcohol y drogas- y no circular a velocidad excesiva e imprudentemente. Pero, según la sentencia, la realidad es que cubrió los aproximadamente 35 kilómetros entre Ciutadella y el punto del accidente, en 35 minutos, realizando adelantamientos peligrosos, conduciendo de manera temeraria, a una velocidad inadecuada, con sus capacidades mermadas por el alcohol y la falta de sueño.
En la mejor de las hipótesis, Lluís iba simplemente borracho de cansancio, inconscientemente tan cansado, que condujo aquella mañana por la carretera sin reparar- según él mismo reconoció durante el juicio- en pasos de peatones, semáforos, rotondas o radares, en un tiempo en el que no existía el túnel y se atravesaba Ferreries y, como ahora, Es Mercadal.
Fueron cuatro ciclistas, pero bien pudieron ser un par de peatones o cualquiera de los vehículo con los que se cruzó el conducido por un joven que confesó sentirse apenado y que cargará toda la vida en su corazón roto con las terribles consecuencias de aquella noche de fiesta.
Fue Lluís pero pudo ser usted y yo misma, y con esto no estoy justificando su conducta.Simplemente constato la necesidad de abordar la conducción con un plus de responsabilidad y prudencia, y de que la Justicia dé una respuesta lo más rápida y acorde posible a los accidentes que la falta de ese plus provoque, una respuesta que enseñe al culpable, enseñe a la sociedad y reconforte mínimamente a quienes pierden tan dolorosamente a un ser querido.