En una isla pequeña como es Menorca poner en marcha cualquier iniciativa es muy complicado, tal vez más complicado que en otros lugares. El espacio, los recursos, son reducidos, los condicionantes grandes y si las iniciativas se vinculan a sectores estratégicos la necesidad de aunar esfuerzos se hace inapelable. Este “ir de la mano” se ha repetido incansablemente respecto del sector turístico, entre otros.
Son incontables las veces que se ha apelado a la necesidad de que Administración Pública y empresa trabajen conjuntamente para fortalecer un sector productivo del que depende buena parte de la riqueza de Menorca pero a menudo nos encontramos en desencuentros sonados. Justo esta semana, a pocos días de Fitur, una de las más importantes ferias turísticas, los hoteleros expresan su voluntad de acudir a esta cita con una agenda propia, que podría coincidir o no con la del Consell, con quien se reunirán este viernes.
Han sorprendido las manifestaciones públicas del presidente de la Asociación Hotelera de Menorca, si bien no sorprende tanto la aparente incapacidad de trazar, de una vez por todas, una estrategia que permita una buena definición del producto turístico que quiere vender la Isla y de las acciones promocionales oportunas. En vez de cerrar debates, parece que se abren nuevos día sí y día también. En vez de trabajar a diez años vista, cada dos por tres, nos enredamos en qué, quién y cómo se ha de lograr que el turismo posibilite la mejoría del PIB isleño.
Y no lo digo yo, lo dice el presidente de los hoteleros menorquines, “hasta a Formentera le va mejor”, algo que reflejan las estadísticas de que arrojan para Menorca unos muy mejorables indicadores económicos, y en vez de buscar soluciones parece que nos esforzamos en encontrar problemas donde no los hay. Porque, en principio, no debería ser un problema que los empresarios turísticos se hubiesen puesto de acuerdo sobre qué reuniones quieren mantener en Fitur y que se sienten ahora con la Administración para ver si sus intereses convergen con los de los gobernantes. Pero sí, parece que sí hay problema, aunque no está muy claro quién lo ha creado.
Más allá del (pen)último desencuentro, la dinámica que parece marcar el devenir del tejido productivo menorquín es la de estar siempre a vueltas con qué somos, qué queremos ser, quién ha de liderar los cambios necesarios, cómo se implementan, quién los sufraga… ¿Hasta cuándo vamos a seguir enredados en la misma madeja?