Ese rinconcito escondido de Sevilla guardaba lo que fuiste, tiempo audaz y feliz, promesa de futuro incierto, apasionante. No sé porqué lo compartiste conmigo. Quizás hacía mucho que no pasabas y no te resististe a acercarte de nuevo, y yo, por uno de esos requiebros del destino, estaba contigo.
Regalo inesperado el rumor del agua y la quietud de tu patio, la asimetría de las ventanas que se asomaban a él, que es la de nuestros sentimientos, nuestras percepciones y expectativas, el silencio admirado de miradas que atisbaban tras la reja el eco de las cosas que nunca nos dijimos, la suavidad del beso que nunca compartimos.
Antes hubo reto y compañía, callejeo y confidencias, un pellizco de duende y alegrías en “La Carbonería”, montones de palabras, puñado de secretos, después hubo más reto, hubo más compañía. Despedida atragantada, rehén de la tristeza y de ese rinconcito escondido de Sevilla, guardaba lo que fuimos, lo que somos, lo que nunca seremos, tiempo robado al tiempo, tiempo desconcertante, la expectativa cierta de un adiós apremiante.