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De banderas (o cualquier decisión política controvertida) e insultos

El cambio es el cambio, pero el cambio lo protagonizan las personas. Y las personas somos como somos. Se ha reprochado a los partidos “de toda la vida” unas formas de hacer soberbias y poco transparentes y su progresivo distanciamiento de la ciudadanía, se ha criticado que entran demasiado en el juego del “y tú más” y censurado sus “subidas de tono”. Cuando pedimos que la política cambie, se supone que también estamos pidiendo que cambien estas actitudes.

La clase política no es una raza extraña, aunque a menudo lo parezca. Está formada por personas y, sin duda, es reflejo de la sociedad en la que vivimos. Si queremos que se comporten de una manera mucho más humilde, abierta y generosa, la ciudadanía debe hacerlo también y censurar las actitudes contrarias a esta manera. Lo digo por la grosería y la crudeza, rayana en ocasiones con la impiedad, con la  personas de cualquier condición cuestionan las decisiones políticas que no les gustan, en unos términos que a mi juicio exceden con mucho los límites de la libertad de expresión. Tenemos el último ejemplo con las banderas de Mahón-Maó.

Creo sinceramente que es perfectamente legítimo poner una bandera en el ‘Pont de Sant Roc’ (siempre que no haya razones de protección del patrimonio, de seguridad u otra índole que lo desaconsejen) y perfectamente legítimo quitarla. No creo que más allá de los edificios oficiales esta cuestión esté regulada en ninguna parte y supongo que depende del gusto y la voluntad, como pintar la fachada de una casa de un color concreto o llevar determinada ropa. Puede encantarnos o disgustarnos, podemos encontrar  que es un gesto bonito o que es artificial o innecesario, pero de ahí a crujir a quien decide ponerla o quitarla a base de insultos, hasta el punto de desearle la muerte, va un mundo.

Insisto, el cambio en la forma de hacer política nos corresponde a todos. Los políticos siendo lo más leales posible al mandato que han recibido de los ciudadanos y la confianza que éstos han depositado en ellos, siendo más serviciales, trabajadores y honestos, y primando el interés general por encima de cualquier otra consideración. Y los ciudadanos, informándonos, siendo críticos y constructivos, participando de la vida pública por los mecanismos que se han articulado y expresando de manera ponderada, ecuánime y siempre respetuosa nuestras críticas. Los insultos, también los políticos en ocasiones dedican a la ciudadanía, deberían desaparecer del discurso  porque sólo restan, y necesitamos más que nunca sumas, no restas.


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