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De idomas, ideas, insultos y golpes

Una opinión de Lola Maiques Flores

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Aunque algunos titulares parezcan querer desmentirlo, la convivencia en nuestro país suele ser pacífica y así debería ser siempre. A pesar de ello hay episodios que nos obligan a cuestionar si realmente somos conscientes de uno de los principios más valiosos del que disfrutamos, el de la libertad, una libertad que muchos damos por supuesta porque hemos crecido en democracia, pero que, como todos los derechos no salió gratis.

Uno de estos episodio tuvo lugar la semana pasada en Ciutadella cuando los clientes y el personal de un restaurante se enzarzaron a cuenta del uso del catalán y del castellano, una situación que había provocado otra polémica días atrás, esta vez a bordo de un barco. No puedo hablarles en detalle de estos incidentes porque no los viví ni tengo datos suficientes, pero, a priori, resulta increíble que todavía haya discusiones por un motivo como éste.

El marco legal del uso de lenguas de nuestro país está bien definido y todo el mundo tiene el derecho de expresarse en la suya propia. La cordura, el respeto y las ganas de entenderse deberían hacer el resto.  Igual argumento podemos emplear para condenar la agresión sufrida por Inmaculada Sequí, líder de Vox Cuenca, quien fue golpeada por tres personas al grito de ‘fascista de los cojones’.

Es perfectamente legítimo querer usar la lengua propia, más cuando se está en el territorio en el que se habla, y comprensible que se pida con educación que se hable otra, y negarse, también con educación, a hacerlo; también es legítimo, y sano, disentir del posicionamiento de un determinado partido o del de sus integrantes, pero defender las diferencias agrediendo, insultando y amenazando está fuera de lugar.

Episodios como éstos, y otros que de tanto en tanto revolucionan las redacciones y las redes sociales, demuestran que todavía no hemos asumido en plenitud que nuestra libertad termina donde empieza la del otro y que todos debemos poner de nuestra parte cuando una y otra tropiezan. Poder vivir la diferencia en libertad es uno de los bienes más preciados que tenemos y deberíamos esforzarnos en no malgastarlo.


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