Cuando se cumple una semana del 13N y desde que Francia comenzara su ofensiva militar en Siria se han multiplicado los comentarios favorables a esta decisión adoptada tras la cadena de atentados que sacudió París el pasado viernes y se cobró un centenar largo de vidas, además de causar heridas a casi 400 personas.
Han sido numerosos los debates que se han producido sobre esta respuesta militar y el Estado Islámico-Daesh, este fenómeno terrorífico que no acaba de agotar nuestra capacidad de indignación y rechazo, y, a falta de mayor conocimiento y más certezas, no consigo superar mi primera impresión al respecto.
Esta impresión es la de que no comparto en absoluto el argumento de que “los franceses han tenido lo que hay que tener” ni haré extensivo este presunto coraje a los países que decidan ahora sumarse a una ofensiva militar para borrar de la tierra a la panda de malnacidos, bárbaros e ignorantes sobre la que se asienta el Estado Islámico.
La solución militar, si es que podemos denominar solución a esta respuesta no es para mí adecuada y, si lo fuese, llega tarde. Muy tarde. Muy tarde porque el Estado Islámico lleva mucho tiempo cometiendo atentados, asesinando periodistas, cooperantes y niños, secuestrando mujeres y niñas, y vejándolas, arrasando patrimonio histórico milenario.
Y nos ha dado igual, nos da igual, o eso parece. Nos ha dado igual hasta el punto de que los familiares de los muertos y los heridos del atentado de Beirut, coincidente en el tiempo con el de París, han expresado su incomprensión por la falta de sensibilidad de la comunidad internacional para con ellas.
Nos ha dado igual como nos dan igual el hambre, el feminicidio, la violencia incontrolada de las maras, la falta de agua potable, las condiciones de semi-esclavitud de los trabajadores de países manufactureros, la explotación sexual y la trata de personas, la pobreza … porque no nos pasa a nosotros, porque no nos afecta directamente, mientras que cambiar el orden de cosas sí nos afectaría, si impactaría, y mucho, en nuestras apacibles vidas.
Mientras mantengamos esta esquizofrenia suicida, mientras lloremos por el sinsentido del terrorismo sólo cuando nos cae cerca, no pidamos paz. Si no es el Estado Islámico será otra organización, con argumentos y peones locos, y armas que países como el nuestro le suministran la que amenazará el fragilísimo mundo desigual que día a día estamos construyendo.