En la escuela hemos aprendido que las Estaciones (según en qué latitudes), son cuatro. Sin embargo hay culturas en que una Quinta Estación se da como vivencia de aquéllas… Prueba “quántica” de que el todo no es la suma de las partes.
El solsticio del verano más que sentirlo o verlo uno lo irradia ya que siendo todo luz, energía máxima…sale de dentro hacia afuera.
Los habitantes nórdicos como en San Petersburgo más que otros viven abocados a esta luz sin apenas ocaso las veinticuatro horas en esta época estival.
La semblanza es así que si ésta es la estación de cargar las pilas… tal coincide con la época de vacaciones y de descanso del anual currar.
¿Invita el verano a volverse uno zángano y así un Dolce far niente?
La noche y el día se eclipsan en el verano… dando por resultado a que el cirio puesto por símil, arda de los dos lados.
Las hogueras del solsticio por San Juan son una prueba de que A más descanso…mayor frenesí.
La época estival trabaja en que las toxinas como las grasas se sientan tonificadas por un bronceado…que aporte color y sabor a un yo más íntimo y profundo… A flor de piel.
El novelista Kôbô Abe en La mujer de arena narra: La altura de una civilización se mide por el grado de limpieza de la piel…Si la persona tiene un alma, ésta debe sin duda morar en su piel.
Lo que se percibe es lo que existe. No somos nuestras ideas ni nuestras creencias ni tampoco el laboro.
Somos eso que se ubica en el punto áureo. Y estamos en él gracias a los sentidos.
La luz no existe para verse a sí misma, está para que vislumbremos la transparencia en todo como lo escenifica este verso “Contemplé aquella luna de verano y ahora acompaño a mi sombra mientras vuelve a casa”.
Vernos en transparencia gracias al solsticio presente es que las cuatro estaciones se muten en una quinta que nos transfigure y embellezca.
Pasar del… “Es verano, a ser El verano”.
Mbonet-fuster.
