En la más profunda tradición mallorquina, se canta esta pieza que es un drama litúrgico de arraigo medieval y melodía gregoriana. Lo habitual es que se cante en la misa del gallo. Desde hace unos años se ha adaptado al programa de actos religiosos dentro del tiempo del adviento menorquín y, en particular, con la interpretación que hace la soprano María Camps.
La profeta que protagoniza este canto advierte del fin del mundo como así lo hace la iglesia cuando se refiere al día del juicio final, donde a todo hombre o mujer se le juzga por sus actos vividos.
Las profundas raíces que tiene este canto se remontan al imperio carolingio puesto que en el monasterio de San Marcial de Limoges (hoy Francia) se halló el vestigio más antiguo relacionado con este canto. Mallorca y Alguer (Cerdeña) son algunos de los pocos lugares donde se mantuvo esta tradición pese a las prohibiciones del Concilio de Trento.