La noticia más difícil de soportar durante la semana navideña ha sido la de los tres niños de Palma que resistieron solos junto a su madre fallecida, nigeriana, quizás esperando a que despertara.
Sobre esta desgracia he escuchado a políticas del Govern y del Ajuntament dar la cara y explicar que, aunque funcionan los protocolos, no se pudo evitar el desastre. La consellera Fina Santiago, elegante, no hizo ni una sola referencia a los recortes del PP. Además, le escuché decir “sin que sirva de excusa” como si estuviera asumiendo la responsabilidad de un problema personal, con todas las consecuencias.
Me cuesta hablar de los silencios porque no quiero hacer juicios de intenciones, pero resulta imposible evitarlo cuando los que callan son los mismos que no dejan pasar la menor ocasión, por improcedente que sea, para hacer demagogia fácil contra el adversario.
Sabemos que los políticos de la oposición tienen “prohibido” hablar bien del gobierno, y viceversa. También sabemos que les resulta imposible definirse públicamente contra la escala de valores que predomina entre sus afiliados y votantes.
No he leído ni escuchado la menor mención a la noticia de los tres niños desconsolados entre los dirigentes del Partido Popular. Es muy probable que se cumplan las dos condiciones que he citado para que no digan ni palabra. Por una parte, han perdido la ocasión para hablar de manera institucional y solidaria, o al menos compasiva, ante un suceso del que nadie es culpable en particular, pero que nos interroga a todos. Por otra, lo que esperan de sus dirigentes los votantes del PP se corresponde, necesariamente, con el ejemplo que estos han ido ofreciendo a lo largo de los años. Entre otras evidencias, recuerdo ahora la campaña electoral de 2008, cuando Rajoy y los suyos pusieron el acento contra la inmigración y se convirtieron en adelantados de las tendencias más peligrosas de entre las que hoy progresan en Estados Unidos y Europa.