Ella está descubriendo la ciudad con una nueva mirada que es, en parte, la de él. Él sabe que a su hermana le gusta cocinar y la lleva a La Boquería. Es un día luminoso y tibio de otoño, y el mercado bulle sin llegar a ser asfixiante. Él le explica las singularidades de algunos de los puestos, ella le cuenta de mercados singulares de otras ciudades que ha visitado. Poco meses después, mientras ven una película, reciben un mensaje –“¿estáis bien, hija? – y tras su contestación –“muy bien, mamá”-, la réplica –“con lo del atentado me he asustado”-. Las redes les dan la clave y la televisión, las primeras imágenes, la panorámica de la zona que recorrieron aquel día que visitaron La Boquería y el recuerdo pinta sus miradas que cruzan en silencio sintiéndose afortunados por estar sanos y salvos.
Barcelona es la suma de sus calles y plazas, su paseo marítimo, su barrio gótico, sus parques, sus grandes vías, sus edificios modernistas…pero, sobre todo, de miles de pequeñas historias como la de dos hermanos que se reencuentran. Historias de propios y también de extraños que, al poco de recorrerla, ya la sienten suya. La adición sirve para la Ciudad Condal y las metrópolis de todo el mundo, para los pueblos medianos como Cambrils y la más humilde aldea, y combina básicamente dos sumandos, frustraciones y sueños.
Los problemas de los habitantes de Barcelona y Cambrils, resumidos en la quiebra del estado del bienestar y de la confianza en las instituciones democráticas, coinciden básicamente con los del resto de habitantes de la “parte buena” del mundo; su impacto en la vida cotidiana es sensiblemente distinto al de los problemas de la “parte mala”, resumidos en un subdesarrollo económico y social crónico, pero unos y otros, generan frustraciones. En su contexto y dimensión, las frustraciones nos igualan, como nos igualan los sueños que aquéllas se empeñan en distraer.
En Barcelona y en Cambrils, en Johannesburgo, Tokio, Bangalore, Buenos Aires o Ramadi queremos progresar, queremos conocer los rincones de nuestra ciudad, la lengua y la cultura de la región donde vivimos junto a nuestros familiares y amigos, queremos conocer otras ciudades, otras lenguas y otras culturas, queremos, en resumen, vivir tranquilos e ilusionados, reir, amar. No hay que olvidarlo cuando el terrorismo golpea. Y si tras los mediáticos atentados de París, Londres o Niza, creía saber cuál era la clave para eliminar el terror, ahora ya no estoy segura de que profundizar en sus causas (y asumirlas con honradez y valentía) y dedicar mucho tiempo, esfuerzo y dinero en erradicarlas, sea la solución.
En lo que no dudo es en la convicción de que los violentos son la excepción. Son mayoría quienes persiguen sus sueños, más allá de las frustraciones, de manera pacífica -muchos de ellos lo están demostrando desde ayer en Barcelona y en Cambrils, en tantos otros lugares, algunos muy distantes- y es ahí dónde hemos de poner el acento.
Sí, Lola viendo lo positivo en toda cultura y gente y conociéndose mejor…ahí está la solución al síndrome Islamita. La alternativa sino optar por la solución del III Reich hitleriano…Miel mejor que vinagre.