Ocurrió a finales de junio en el barrio palmesano de Son Rullán. El niño estaba enfermo, con algunas décimas, y su familia le llevó al médico. Al volver a casa, su estado se complicó. “En un visto y no visto, la fiebre le subió a 39.5. De repente, no respiraba, no respondía y no sabíamos cómo actuar”, cuenta Dolores, la abuela.
“Me identifiqué como guardia civil y les ofrecí ayuda. El hombre estaba tan nervioso que apenas pudo balbucear ‘mi niño se muere, mi niño se muere’“, cuenta el agente a mallorcadiario.com Y efectivamente, el crío no mostraba signos de vida.
“Le perseguí hasta el centro de salud pero estaba cerrado. El hombre apo rreaba la puerta para que le abrieran pero nada, no había nadie”, prosigue. “Así que me lancé a reanimarlo yo”, indica Rafael. El guardia civil estaba fuera de servicio y no le quedó otra que usar conocimientos adquiridos en un curso reciente de reanimación cardiopulmonar (RCP), impartido por la Guardia Civil. “No es lo mismo practicar con un muñeco que jugártela con un niño de verdad”, indica. “Además, es tan pequeño, tan vulnerable… que ahora lo pienso y me entra el vértigo. Podría haber hecho algún movimiento mal por culpa de los nervios y haberlo complicado todo aún más”, afirma Rafael.
Pero no. Tirado en el suelo, le practicó un masaje en el tórax empleando tres dedos durante un par de minutos e Izan abrió los ojos.
“Rompimos a llorar”, cuenta Alba, la joven madre del niño. “La vida se me escapaba y cuando escuché de nuevo su llanto creía que me desmayaba”. Por su parte, la abuela reconoce que “no podía parar de abrazar al hombre que salvó la vida de mi niño”.
ETERNA GRATITUD
Todos ellos se emocionan recordando aquella tarde. Solo hay palabras de gratitud hacia Rafael, su mujer -que se encargó de llamar a la ambulancia, que llegó en 15 minutos- y la Guardia Civil, como institución que forma a sus agentes “en algo que todos deberíamos dominar, como es la reanimación de cualquier persona”, lamenta Dolores.
Además, consideran inadmisible que el ambulatorio estuviese cerrado. “Es un centro que atiende a una concentración de personas importante. ¿Para ésto se pagan impuestos?”, se preguntan todos. “Si vuelve a pasar algo así, ¿me tengo que ir hasta s’ Escorxador o esperar hasta que llegue una ambulancia?”. Igual la historia no tendría este final.
Ahora, después de varias semanas en las que el niño se ha recuperado por completo y vuelve a ser “el de siempre”, Rafael reflexiona sobre aquellos minutos, que supieron a eternidad. “He tenido que actuar fuera de servicio en otras ocasiones, deteniendo a alguien cuando robaba o casos parecidos, pero nunca me imaginé ésto”. Y el pequeño Izan sonríe, la mejor recompensa.