“No puedo seguir navegando hacia el norte, hacia el sur, hacia el este o el oeste, huyendo del mal tiempo sin tener una respuesta. No puedo sin tener un amparo para estas personas”. Son palabras del capitán del “Nuestra Señora del Loreto”, el pesquero español que rescató hace nueve días a doce migrantes en el Mediterráneo, cerca de Libia.
En este momento, el barco se dirige con once de esos migrantes (uno hubo de ser evacuado de urgencia por su grave estado de salud) hacia España, pese a no contar con la autorización del Gobierno de España para entrar en aguas territoriales ni desembarcar, una opción que sí le han ofrecido los ayuntamientos de Valencia y Maó.
El Ejecutivo de Pedro Sánchez deslumbró con los fuegos artificiales del “Aquarius”, pero al apagarse sus ecos, la política migratoria volvió a su gris cotidianidad, esa que dibuja un panorama de desesperanza, dudas, tensiones normativas, sociales y territoriales. España es el Mar Mediterráneo que baña buena parte de sus costas, ahora y siempre, para lo bueno y para lo malo.
No podemos renegar del mar que nos trajo cultura y comercio, alimentó nuestra gastronomía y nos convirtió en potencia turística, el mar que se convierte en puente de esperanza para quien la ha perdido en su tierra. Pero España reniega de su mar-puente y Europa, de la que somos en parte frontera meridional, también reniega. Huérfanos de política migratoria eficaz, todo queda en manos de la dignidad.
De la dignidad de patrones y armadores, de marineros y voluntarios, que prefieren ser fieles a las normas no escritas del mar que a las que emanan de una legislación comunitaria e internacional, clara para quien la defiende, que no ha mirado a los ojos de quien se lanza a la deriva de pura desdicha, de quien prefiere morir ahogado a volver al país del que salió para no volver.
Pero la dignidad no basta, no sirve para resolver el problema de fondo. La Unión Europea y la comunidad internacional deben aplicarse en la regulación de los flujos migratorios. Aquí es la tumba de sal del Mediterráneo, en América la rudeza de la ruta entre Sudámerica y Estados Unidos. En ambos casos, la pobreza y la injusticia, de un lado, y la impericia y la insensibilidad, del otro; un panorama desolador que urge soluciones.