Con motivo del Día Internacional de la Mujer se han multiplicado hasta el infinito los actos reivindicativos. Me debato entre la convicción clara de que los derechos, por extraño que parezca, hay que pelearlos y la creciente sensación de ineficacia que tiene esta lucha. Este debate interno se extiende a los derechos de la mujer, cuyo día conmemorativo no deja de ser un contrasentido, los de los trabajadores, los animales o el medio ambiente.
Me sorprende que seamos tan certeros y exhaustivos a la hora de determinar qué nos corresponde por el mero hecho de ser humanos y vivir en este maravilloso planeta cada vez menos azul, y que nos cueste tantísimo aplicarnos en conseguirlo. A lo largo de la historia, sociedades tribales e instituciones civiles y religiosas se han esforzado por sistematizar códigos, compendios y declaraciones para dejar constancia de los principios óptimos para favorecer la supervivencia y alentar el desarrollo humano.
Sin duda, se ha avanzado bastante y en muchos rincones del mundo, el orden jurídico y un entramado institucional más o menos eficaz, han sustituido a la barbarie. Pero este avance se ha visto limitado en la intensidad y el espacio, y los derechos si no son para todos y en su máxima plenitud posible, son menos derechos. Aún siendo consciente de que estamos en el lado bueno del mundo, en una misma semana, el repaso a los titulares de un medio local, que refleja las inquietudes de una sociedad concreta como es la menorquina, me muestran, por ejemplo, desigualdad salarial y reivindicación de la lactancia materna.
Se nos resiste algo tan sumamente natural como amamantar una criatura por siglos de vida y montones de evidencias científicas que hayamos acumulado sobre la bondad del gesto; se nos resiste la equiparación salarial, sin que la denuncia que suponen las estadísticas y la sucesión de informes, año tras año, ni la creación de observatorios e institutos varios parezcan servir de mucho. Y así, con casi todo, desde el acceso a la educación y la salud, a la protección de la fauna y la flora, la erradicación de la pobreza o la contención del cambio climático.
Posiblemente, es porque sobran declaraciones, días internacionales, manifestaciones y manifiestos, y falta compromiso individual, sin el cual el compromiso colectivo resulta imposible. Falta creernos que nos corresponden unos derechos y ser coherentes en el día a día a la hora de exigir su efectividad. Por seguir el ejemplo, no aceptar condiciones laborales precarias, seamos hombres o mujeres, o asumir con naturalidad lo que nuestros condicionamientos biológicos impliquen. En resumen, vivir en conciencia, luchar en conciencia.
… sed consecuentes… no acudáis más a misa, no marquéis la casilla de la iglesia en la declaración de la renta, no llevéis a vuestros hijos a catequesis…