Esa es la “ley” a la que recurrimos para denunciar la injusticia de una situación en la que quien tiene el poder – el fuerte – lo usa en beneficio propio. Por ejemplo, la que aplica el dirigente que abusa de su posición esquivando la justicia, mientras mete en la celda al indigente que roba una gallina. Una expresión de las tantas acuñadas por la sabiduría popular, precisamente por su buen juicio.
Es evidente que, para las administraciones baleares, la lengua es una herramienta de poder para expandir el nacionalismo. Tal cual, aunque cause reparo (¿Vergüenza?) que, de una manera tan diáfana como simple y evidente, alguien saque a relucir la trastienda de ese proyecto político que diligentemente trabaja por la “catalanización” de las islas. Pero se llenan la boca hablando de democracia.
Sí, mucho hablar de democracia…, pero se menoscaba el uso del español en las escuelas y en la Administración Pública, se deterioran las modalidades insulares de nuestra lengua por la imposición del catalán estándar, lengua de otra comunidad, y se falsifica nuestra Historia en libros de texto y en documentos producidos por entidades públicas. Mucho hablar de democracia…, pero se practica la segregación de los ciudadanos: los de primera — quienes reverencian el discurso del catalanismo —, y los demás, indeseables para optar a puestos de trabajo dentro del sistema público. Mucho hablar de democracia…, pero sólo tienen libertad de expresión los que embrollan la realidad humillando a los que disienten. En fin, mucho hablar de democracia…, pero lo ancho para los que imponen y lo estrecho para los que defienden la libertad. Justo, la ley del embudo. ¡Quién lo habría dicho!
Democracia, esta palabra de la que tanto abusan nuestros gobernantes, a sabiendas que arrinconan la igualdad de derechos individuales si no conviene a sus objetivos. Por suerte, ahí sigue estando la Constitución, mal que a algunos les pese, que en su Art. 14 nos hace iguales ante la Ley con mayúsculas.