No quizás. Pero no nos quedemos cortos y subamos la apuesta porque, esta vez, Damocles está con nosotros.
¿Se atreverá Sánchez, el “resistente”, a obligar al rey a incluir cinco veces la palabra “Europa” en su discurso navideño?
¿Qué decimos cinco? Qué sean diez, o no hay pantalla.
Ánimo Pedro, presidente, que para esta transición no hace falta que las leyes de la vida nos ayuden muriendo un asesino.
Continuarán las ilusiones y los sentimientos, pero hay que dejar paso a las reflexiones.
Había que ser demasiado iluso, y también español contra el mundo, para pensar que el juicio más importante de la historia se terminaría resolviendo con unos contenedores quemados tras la publicación de una sentencia con fuertes condenas a líderes políticos, independentistas y catalanes.
¿En qué estaría pensando sobre el futuro el Felipe VI que decidió pronunciar su discurso televisado del 3 de octubre de 2017?
Damocles Europa acaba de descolgar su sentencia, tajante, sobre el pequeño pero poderoso grupo de españoles que, capitaneados por el rey, siguen disfrutando del banquete en el que se hartan de democracia porque creen que son los dueños de la mejor de todas.
Como aquel personaje sobre cuya cabeza, según se dice, pendía de un hilo la espada más usada y abusada de la historia.
Desde el ya histórico día 19 de diciembre de 2019 y a una hora en la que los campanarios no habían repicado aún las diez de la mañana, todo son preguntas con cuyas respuestas se va a construir el futuro, pero hoy solo nos atrevemos con una.
Es la que nos ha sacado de la cama para titular esto. No es ventajista ni retórica, pues la responderá, sí o sí, el propio Felipe VI en el ejercicio de sus libertades de discurso y de cinismo.
Es el mismo rey que, por puro afán de protagonismo a lo Capitán Trueno, pero sin ser, aún, un dibujo en nuestro recuerdo, viene dando más alas a quienes, con sus represiones y condenas, están envenenando la convivencia.
Y lo hará desde la misma pantalla de la que abusó hace poco más de dos años, pero que Sánchez, esta vez, le debería cobrar al precio de “miedo Damocles” porque en aquella ocasión, como cualquier irresponsable de los que gozan de impunidad y blindaje, comenzó a cavar su propia tumba cuando el cobarde Rajoy no se atrevió a negarle el vicio.
¿Por qué motivo este rey no empieza a gestionarse un funeral decente, institucional y bien planeado, para que su final no sea un calvario?
Si el presidente del gobierno no obliga a Felipe VI a repetir la palabra Europa varias veces en su discurso, y pronunciada con mayúsculas, pasará él, Pedro Sánchez, a formar parte, por ignorarla, del mismo equipo de los que la insultan, como Abascal, o la desprecian, como Casado, García Egea, y hasta Núñez Feijóo.
Y también al grupo de los que animan a ir rompiendo vínculos con la UE, como el peligroso ex Fernández Díaz y, peor aún, el González Pons más rabioso que recuerdo, y que tanto contrastaba anoche con la explosión de alegría de Carles Puigdemont, tan eurodiputado como el del PP.
Aunque en la cara del rey podamos leer D a m o c l e s cuando diga E u r o p a, si no lo hace, lo que estaremos viento es a un cobarde huyendo.
Viene a cuento seleccionar la portada de “El Mundo”, que da en el clavo porque hoy ha sabido quedarse en incisiva, renunciando a ser, como tantas veces, nada más que panfletaria. Seguro que, sin pretenderlo, con el susto que el texto transparenta está anunciando el camino de la imprescindible reforma constitucional que, en realidad, debería ser un proceso constituyente con todas las consecuencias.
Esta es la frase que han elegido para la letra más grande de todas:
“La UE permite que Puigdemont eluda acatar la Constitución”.
Entonces, antes de felicitarnos por la decisión de la UE*, acudimos a ver que pone en esta Constitución nuestra que tan poco respetan en Europa.
Lo que sospechábamos. De las más de 18.000 palabras que necesita la Constitución para que le quepa la ley más respetable y menos respetada por parte de los que mandan, solo 2, es decir, una y otra, contienen las letras “e”, “u”, “r” y “o” formando una palabra en este mismo orden, y cualquiera de sus derivadas. Es decir, “Euro”, Europa”, “europeas” y correspondientes.
¿Y sabe usted en qué artículo de la Constitución es en el único que figuran esas dos palabras?
Exacto: En el artículo 135. ¿A que le suena?
Es decir, parece ser que cuando aprobamos la Constitución en 1978 Europa no existía lo suficiente para España.
Y parece ser que, en 1986, cuando entramos en ese club, tampoco Europa era bastante como que realizáramos el sano ejercicio de actualizar la Constitución, aunque solo fuera como muestra de generosidad de unos políticos socialistas, jóvenes y modernos o, todo mentira, salvo españoles, que podrían haberse prestado a compartir la alegría de ser europeos con todos los contribuyentes (por aquello de que, sin impuestos, ellos tampoco).
Pero nada, aquellos también decidieron comerse ellos solos el banquete de la alegría marca Europa.
¿O acaso lo que estaba pasando por la cabeza de Felipe González era el inconfesable deseo de conquistar Europa entera y hasta cambiarle el nombre al continente, pero evitar el peligro de que aquel pedo saliera con todo su hedor, en un momento de borrachera colectiva como el que habría podido implicar un referéndum de reforma constitucional?
Era mucho mejor aprovechar la ola europeísta para ganar el referéndum trampa de la OTAN, que convocó para el mes de marzo del mismo enero que acabábamos de entrar en Europa, y que en otro momento habría perdido. Fue aquel de “OTAN de entrada, no”, pero que era un sí, y que ni siquiera sirvió para traspasar el poder militar, aunque solo fuera temporalmente, a mandos internacionales y así limpiar el Ejército español de franquistas.
¿Qué tal, Felipe, si un día te dedicas a contar toda la verdad en lugar de molestar a los líderes del PSOE que no te hacen gracia? ¿Vas a ser tú menos que Adolfo Suárez, que sí le contó a Victoria Prego como nos había engañado para no hacer un referéndum sobre la forma de Estado?
En ocasiones pienso que durante la denominada “transición”, cerrada tan en falso entre el 23F de 1981 y la victoria del PSOE en octubre de 1982, fue cuando se sustanció, sin saberlo, la ecuación política que incluía la descomposición de España.
Lo que significa hoy Catalunya, también, es que el reloj de ese final no anunciado se ha puesto en marcha.
Necesitamos saber si el paso del tiempo ha madurado en nosotros la capacidad de soltar el lastre por el que aún estamos pagando en monedas de miedo, o debemos seguir parcheando un futuro que, por tener que parecerse al pasado cercano, vendrá cada vez más podrido.
Los que nunca disfrutamos ni de las migajas del banquete podría ser que, esta vez, estemos protegidos de nuestros propios peligros por Damocles Europa y, en tal caso, lo mismo nos hallamos ante una de las pocas ocasiones en las que, si nos atrevemos, el éxito podría caer del lado de los valientes.
(*) Qué sepamos, la decisión en realidad es del Parlamento Europeo, con lo que aprovechamos para volver a felicitarnos, esta vez porque si se potencian los poderes representativos en más difícil que proliferen los autoritarismos que siempre se cultivan mejor en los poderes ejecutivos y, en casos como el de España, también en los judiciales.