Después de muchas semanas, busqué y encontré la inspiración un mediodía soleado de finales de enero. Mi “abrazo de sal” quedó plasmado en una pequeña servilleta y me acompaña desde entonces en la cartera, sin que haya encontrado el momento para compartirlo. Cuando esta semana me asomo a este rincón que me reserva Menorcaaldia, se impone la realidad de los casos de desprotección de menores que han copado la reciente actualidad informativa en las Islas Baleares.
Es complicado abordar asuntos como éste. No tanto para el que opina, que también, puesto que contribuye a que el flujo de información siga creciendo, sino, principalmente, para quién decide qué se publica o se emite y quién elabora el contenido correspondiente. La dificultad proviene de las líneas difusas que separan el servicio público que se atribuye a los medios de comunicación y su necesaria sostenibilidad económica de la inagotable e inconstante curiosidad de la audiencia, de las prisas y la precariedad, o, simplemente y quizás, de una peligrosa falta de sensibilidad y buena praxis periodística.
Que la infancia y la adolescencia en general están en riesgo de desprotección por la debilidad del mercado laboral y de las políticas de conciliación de la vida personal y profesional, y la inestabilidad de las instituciones educativas, es una realidad de la que los medios deben alertar sin dudar. Las familias, las escuelas, los clubs deportivos, las asociaciones, los espacios de ocio, lo que podríamos llamar “la tribu”, no lo tiene fácil con los más pequeños y en las mejores casas, tuteladas o no, siempre hay, ha habido y habrá, quien se sale de la norma.
Que este riesgo no disminuye, incluso puede aumentar, cuando la guardia y custodia de los menores corresponde a entidades mal coordinadas, con recursos insuficientes y/o profesionales, en ocasiones, demasiado jóvenes, mal remunerados y deseosos de una conciliación complicada, también se debe contar. Sobre todo, si los cauces internos, más discretos -y atención, no confundir discreción con desidia- no acaban de dar los resultados en orden a cambiar el mal estado de las cosas, y la presión mediática puede contribuir a ello.
Porque de esto se trata, de desprotección. De la falta de garantías para que los derechos de niños y jóvenes se hagan efectivos, de la falta de recursos para que aprendan a asumir poco a poco sus obligaciones, de manera que, con el tiempo, se conviertan en protagonistas de la sociedad que les toque vivir. Con toda su carga de “fracaso” individual y colectivo, la pobreza energética, la desnutrición o la obesidad infantil, no poder disfrutar de vacaciones en familia, el abandono y el fracaso escolar, las adicciones con o sin sustancias, los menas, los trastornos mentales…están ahí, como lo están el abuso y la corrupción de menores.
El riesgo de la denuncia en los (fra)casos que afectan a menores es la personalización, más cuando se trata de lugares pequeños (y todos acaban siéndolo en su contexto), en el quién, dónde, cómo y cuándo explicado con todo lujo de detalles, con las redes sociales multiplicado el morbo por mil. Porque, con todas sus disfunciones, la sociedad occidental del siglo XXI está altamente alfabetizada e hiperconectada y se está poniendo el dedo acusador en un colectivo amplio conformado por profesionales y menores de diferentes procedencias y condiciones.
Y el adulto, merece todo el respeto y consideración, que no se ponga en duda su dedicación y profesionalidad, salvo si no es tal, y cae en conductas dignas de reproche administrativo o penal, en cuyo caso debe ser perseguido por los cauces legales y corregidas con celeridad y diligencia las disfunciones del sistema que permitieron esas conductas. Con celeridad y diligencia, y sin caer en el juego de las acusaciones cruzadas y las excusas competenciales, porque, por su propia naturaleza, la protección del menor asumida por la administración debe ser un continuo por el que todos los gobiernos deben velar.
Pero el menor, el menor, que es menor pero no tonto y lee, piensa, siente y habla, además de consideración y respeto, merece cariño, que se le trate también informativamente con la ternura y la equidad con la que trataríamos a nuestros hijos, a nuestros sobrinos o a nuestros nietos. Explicando lo que le sucede, cuanto menos mejor, sólo lo imprescindible desde la empatía e incidiendo en la responsabilidad de quien más tiene, que no es el menor, sino el adulto para que la asuma en toda su extensión y evite que la desprotección se vuelva a producir.
… bravo por el artículo… pero no recuerdo haber leído nada parecido cuando van apareciendo contínuos casos de abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero de la santa iglesia apostólica y romana… Es triste ver que algo ha fallado en la protección de menores por parte de los poderes públicos, más que nada porque así se pueden justificar los PEDERASTAS de la IGLESIA, que de hecho ya lo han hecho, con toda la cara, diciendo que aunque feos, estos comportamientos ya se daban en otros ámbitos, incluidos el seno familiar… hay que ser zafio y caradura para justificar así tales abusos, pero lo han hecho, y no he visto a los creyentes clamar contra ello ni abandonar a su suerte a esa secta manipuladora… en este tema hay un fuerte componente de hipocresía que tira de espaldas