Si miramos nuestra historia reciente veremos que pasar por una crisis no es algo nuevo. La última que azotó a muchas familias menorquinas fue la financiera de 2008 cuando Lehman Brothers se vino a pique e hizo tambalear toda la economía mundial. Los fundamentos de hipotecas subprime allá donde las entidades asumían riesgos por encima de sus posibilidades pasó factura. En aquel entonces hubo muchas personas, familias y empresas que tuvieron que sacar herramientas de supervivencia. Y entonces empezamos a oir hablar de la resiliencia.
Echemos un vistazo a la descripción del término en el libro de psicología del siglo XXI: La resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Sin embargo, el concepto ha experimentado cambios importantes desde la década de los 60 del siglo pasado. En un principio se interpretó como una condición innata, luego se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares y comunitarios y actualmente en los culturales. Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural, que responde a tres modelos que la explican: un modelo «compensatorio», otro de «protección» y por último uno de «desafío».
Cuando se cierra un grifo esencial, como el del aporte económico, el resiliente busca alternativas. Trueque en lugar de comercio convencional, acuerdos concretos para necesidades concretas, sistemas de economía independientes. En la isla se crearon bancos del tiempo, se fomentaron mercados con moneda propia (aún queda alguno), y se forman colectivos de apoyo para la consecución de una economía alternativa.
Ahora que se viven momentos de crisis sanitaria (y económica) se vuelven de nuevo a desenterrar los manuales de las antiguas estrategias del Manual de supervivencia. Al menos como lectura preventiva de cara a tiempos más difíciles por si hiciera falta en el futuro.