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“Los abuelos y el confinamiento”

Un artículo de José A. García Bustos


El hecho de quedarse en casa tiene algunas ventajas, no lo negaré. Poder dedicar más tiempo a actividades que el día a día no permite, gastar menos en ocio y restaurantes, y, sobre todo, pasar más tiempo con la familia, son algunas de ellas. Esta última es la más evidente, pero el concepto de familia no siempre coincide con el de aquellos seres con quien se está compartiendo el hogar.

Los hijos de padres separados o divorciados se vieron inicialmente privados de uno de sus progenitores porque el Real Decreto que declara el estado de alarma no permitía el traslado de menores entre aquellas personas que podían circular por las vías de uso público.

Afortunadamente, el gobierno ha modificado y ha autorizado el desplazamiento de menores para ser entregados al otro progenitor, siempre que se haga con las medidas de seguridad adecuadas.

Una vez salvaguardados los derechos de los menores para poder convivir con cada uno de sus progenitores, aun estando en domicilios separados, los grandes perdedores en la batalla del aislamiento son los abuelos, es decir, aquellos mayores que viven solos, en la mayoría de casos en viudedad, y que han visto cercenado de la noche a la mañana el régimen de visitas de hijos y nietos. La soledad a la que los mayores se han visto abocados debe ser motivo de reflexión.

Aun siendo grupo de riesgo, una visita espaciada con la mayor de las protecciones y manteniendo la distancia de seguridad debería estar permitida durante este confinamiento que, a todas luces, va para largo.

Los mayores que viven solos y su poca destreza con las herramientas que permitan realizar videollamadas les ha confinado doblemente. Del virus y de sus hijos y nietos.

Vale la pena reflexionar sobre esto porque la soledad sobrevenida de manera abrupta puede ser perjudicial para su salud mental.

Si un peluquero o peluquera puede ir al domicilio de los abuelos a cortarle el pelo al considerarse un servicio de primera necesidad e higiene corporal, sus nietos e hijos también deberían poder hacerlo por salud e higiene emocional.

Según el INE, son dos millones de personas de más de 65 años las que viven solas. Más de 850 mil son mayores de 80 años y, la mayoría de ellas, son mujeres.

Los novios y amantes que habitan en diferentes viviendas estarán pasando su particular via crucis, pero se les supone jóvenes y, por tanto, más fuertes y diestros en las nuevas tecnologías para mantener una relación en remoto. Pero a los abuelos que no viven en residencias se les está haciendo muy cuesta arriba la separación de sus descendientes. Emociona ver cómo en las redes circula un vídeo en el que los vecinos desde los balcones cantan cumpleaños feliz a una octogenaria y ésta se derrumba entre llantos y emoción.

Alguno dirá que mi planteamiento es irresponsable, porque el virus les puede matar por ser colectivo vulnerable. La soledad también mata, y una visita de los hijos espaciada en el tiempo y manteniendo la distancia de seguridad puede darles vida. La visita de los nietos, la felicidad absoluta.


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