Eso es lo que tiene este tiempo que nos ha tocado vivir. Da igual si vivimos en un bloque de pisos, en una urbanización o en un complejo de casas. Aquel vecino del que apenas sabíamos el nombre o qué cara tenía se ha convertido en una de las pocas referencias que tenemos fuera del ámbito de nuestro hogar para relacionarnos con alguien sin una pantalla por delante.
A los vecinos, en el mejor de los casos, se les tenía como un miembro más de la reunión anual para tratar temas comunes del tipo ¿a quién le toca limpiar la escalera? o ¿qué presupuesto se destina a reparar la puerta de entrada a la calle?
Sin tener datos estadísticos sobre el tema, parece que hemos pasado de una relación distante y a veces crispada a otra en la que asumimos que son nuestros casi únicos referentes humanos para conversar de balcón a balcón o aplaudir al final del día a quien corresponda. Los psicólogos y sociólogos ya están atentos a estos cambios en el comportamiento humano.
No todas las relaciones se atemperan, ni se arreglan los posibles conflictos pasados. Pero al parecer prima la solidaridad y el tender la mano al prójimo (vecinos) para establecer una red emocional y de auto ayuda junto a quienes viven cerca de nosotros en la condición de confinamiento.
Aquellos vecinos desconocidos se están convirtiendo con el paso de los días en vecinos más cercanos. Ya nos interesamos más por ellos en cuanto a cómo están, cómo viven la misma circunstancia que nosotros y qué estamos compartiendo, como las expresiones diarias que hemos creado a raíz del confinamiento.