Cuando en la radio, en un canal televisivo o en nuestro ordenador escuchamos una canción antigua que nos gusta, suelen ser varias la sensaciones que en esos momentos nos acaban embargando en mayor o menor medida, aunque normalmente suele ser la de la nostalgia la que se hace presente en nuestro espíritu con mayor fuerza.
En ocasiones se trata de una nostalgia por una época que a lo mejor no conocimos, pero que quizás nos hubiera gustado vivir a nivel musical, como por ejemplo los años cincuenta o el inicio de los sesenta. Otras veces, es una nostalgia por una época que sí vivimos y en la cual éramos, ay, más o menos jóvenes, como por ejemplo los años ochenta y principios de los noventa, que además fueron especialmente fecundos y valiosos musicalmente, sobre todo en el Reino Unido y en nuestro propio país.
En el marco de esa posible nostalgia, cada uno de nosotros suele tener normalmente sus propias canciones antiguas favoritas, que en la mayor parte de los casos solemos relacionar de forma directa y personal con el recuerdo o la historia de un amor, de un amor como tal vez no hubo otro igual, que quizás nos hizo comprender todo el bien, todo el mal, que le dio luz a nuestra vida, apagándola después… O así nos lo dirían románticamente, al menos, Eydie Gorme y Los Panchos.
Cabe también la posibilidad de que una canción antigua nos evoque, sobre todo, una ciudad, un paisaje, un amanecer, un crepúsculo o un instante que haya quedado ya para siempre grabado en lo más profundo de nuestra memoria o de nuestro corazón. Del mismo modo, algunos otros temas musicales del pasado pueden recordarnos, aun sin querer, la celeridad con que casi siempre suele pasar el tiempo, posiblemente mucho más rápido de lo que quizás hubiéramos podido llegar a imaginar hace ya tal vez treinta o cuarenta años.
Aun así, también es cierto que, en cierta forma, el tiempo no pasa igual para todos, o que en algunos casos directamente parece no pasar, o que en otros parece quedar como suspendido de forma sobrenatural o mágica. Ese sería el poder extraordinario que de algún modo poseen las mejores canciones antiguas, sobre todo cuando cuentan con la ayuda incondicional y acogedora de nuestra propia nostalgia.