Normalmente, los mejores remedios para nuestros dolores de cabeza y para casi todo tipo de dolencias musculares suelen ser, según los casos, una aspirina efervescente, una cápsula de ibuprofeno o un comprimido de paracetamol —mi favorito—. Sin embargo, hace unos años pudimos descubrir, gracias a un estudio de la prestigiosa Universidad de Stanford, que al parecer existiría otro posible remedio para casi todos nuestros males: el amor.
Sí, sí, el amor. Según explicaba ese estudio, los sentimientos que provoca la pasión amorosa pueden tener en nuestro cerebro la misma eficacia ante el dolor que, por ejemplo, el más potente de los analgésicos o, incluso, que la droga más adictiva. Ese documento especificaba que el amor apasionado consigue activar siempre determinadas zonas concretas de nuestro cerebro, los llamados centros de recompensa, gracias a un neurotransmisor sin duda maravilloso, la dopamina. De ahí que estar profundamente enamorados suela provocarnos por regla general sensaciones especialmente placenteras, muy posiblemente incluso en los casos de las parejas que practican el bondage.
Los investigadores de la mencionada universidad norteamericana llegaron, así, a la conclusión de que pensar en la persona amada puede disminuir o aliviar casi por completo cualquier posible dolor físico que estemos sintiendo en un momento determinado. O dicho de otro modo, cuando uno está enamorado, los dolores de cabeza son menos dolores de cabeza, las artrosis son menos artrosis y las molestias lumbares son menos molestias lumbares. El citado estudio nada decía, no obstante, de los virus pasados, presentes o futuros, aunque presumiblemente los efectos beneficiosos del amor deben de ser algo más moderados en esos casos concretos.
Ese trabajo científico se elaboró con la participación de 15 personas jóvenes, que además tenían pareja desde hacía muy poco tiempo. Se trata de una circunstancia que quizás deberíamos de tener en cuenta a la hora de ponderar la bondad o la exactitud de los resultados obtenidos, sobre todo si pensamos en qué habría ocurrido si, por ejemplo, el estudio se hubiera realizado con personas adultas que llevasen treinta o cuarenta años casadas, por poner ahora una cifra aleatoria colocada sin la menor intención ni maldad.
Por lo demás, y sin desmerecer en absoluto a los sabios investigadores de Stanford, podemos recordar que los poetas y los filósofos más pasionales y románticos de los últimos veinticinco siglos ya nos habían enseñado que el amor puede curar casi todos los males… o provocar a veces sufrimiento, melancolía o desolación, sobre todo cuando no es correspondido, es imposible o se ve afectado por la distancia. Cuando dichas situaciones se producen, normalmente no suele haber ningún analgésico ni ninguna droga capaz de aliviar ese dolor misterioso e intangible, como seguramente algún día nos ratificará también otro nuevo e interesante estudio de la Universidad de Stanford.