Durante todo este tiempo pandémico, me he hartado de ver por televisión imágenes de señores y señoras políticos y políticas, sentados en una mesa de medidas considerables con una pantalla de ordenador en la parte frontal, a cierta distancia del personaje; como si la pantalla les pudiese contagiar…
En la pantalla, aparecen, divididos, una serie de figuras humanas- bustos humanos, mas que nada- que, estáticos ellos, dan la impresión de posar como sellos de las antiguas cartas manuales.
Bien, hasta aquí, ésta imagen representaba para mi algo curioso y, sobre todo, intangible. También significaba un punto de magia y misterio; uno tiene sus años y, claro, se le escapan algunas modernidades que reinan en la sociedad actual pero, ay!, esta pasada semana me ha tocado, por circunstancias de la vida, ser protagonista de uno de esos ejercicios y, por lo tanto, tener que situarme en uno de estos escenarios que sólo había vivido como espectador.
Resulta que soy, desde hace bastantes años, miembro de un jurado de un festival internacional de películas destinadas a su exhibición para televisión. Normalmente, cada uno de nosotros, se pasaba la tira de días viendo filmes y tomando notas para, en su momento, soltar nuestras respectivas opiniones en una reunión del jurado, de la cual reunión salía un veredicto y, consecuentemente, un premio por categorías.
Este año, debido a la maldita pandemia vírica que nos azota, no se ha podido celebrar dicha reunión de manera (como se llama ahora) presencial. Así que, como quien no quiere la cosa, la organización del evento me manda situarme ante la pantalla de mi ordenador y esperar órdenes para iniciar la conexión pertinente para realizar la reunión a distancia.
Les voy a ahorrar todas las peripecias ejecutadas para comenzar la “función”: casi una hora perdida para ir solucionando todos los problemas que surgieron al conectarnos. Ahora sí, ahora no; ahora fulano no tiene audio; ahora, mengano se queda congelado; ahora hay un ruido de fondo; ahora la pantalla se queda en negro; ahora la catástrofe: todo suspendido.
El resultado fue un desastre de los que marcan época: allí no había manera de entenderse: algunos personajes quedaban congelados (yo gastaba una broma y nadie reaccionaba), mientras que no nos podíamos oir correctamente, algunos parecían hablar a trompicones, otros reían a destiempo, uno de ellos (seguramente desconectado hacía rato) sólo afirmaba y negaba cuando justo lo contrario. Total, una sensación deprimente, baja de tono, con un sentimiento de vergüenza conjunta y con un resultado incierto en el veredicto. A estas horas, todavía no me enterado de a quien le hemos entregado el primer premio.
Prometo por mis difuntos y otras fruslerías de este estilo, no volverme a embarcar en una operación de este estilo jamás de los jamases.
Por lo qué veo, preguntando a distintas personas que utilizan este método infecto, a quien más o a quien menos, a todo el mundo le pasa lo mismo; otra cosa es que, en las apariciones televisivas todo parece salir bien, pero es pura comedia, una farsa generalizada.
Por favor, virus, retírate ya de una puta vez!