En estos últimos días, nuestros queridos y bienamados gobernantes nos han dicho ya cómo deberemos celebrar las Navidades, especificando por ejemplo cuántas personas nos podremos reunir para las comidas, las cenas y los resopones, o a qué hora nos tendremos que ir a dormir en Nochebuena y Nochevieja. Tranquiliza mucho saber que todo, absolutamente todo, está ya tan bien estipulado y reglamentado casi tres semanas antes de las primeras celebraciones y de las primeras disputas familiares.
Bueno, todo, todo, lo que se dice todo, no está aún decidido por completo, pues nada se ha dicho todavía de cómo deberían ser los cotillones que se repartirán en la última noche del año. Dadas las actuales circunstancias, yo creo que lo ideal sería que cada cotillón contuviera, como mínimo, una botellita de gel hidroalcohólico, un termómetro, una pastilla de jabón de esas pequeñitas que hay en los hoteles y un par de mascarillas de repuesto, por si al final a alguien se le acaba revolviendo un poco el estómago.
Seguramente, esos deberían de ser los elementos en principio indispensables, a los que podríamos añadir tal vez algunos otros ya más bien optativos, como un pequeño ventilador de mano para que circule bien el aire si estamos en un espacio cerrado, un calentador de manos si nos encontramos en el exterior, un metro de medir, unos guantes de látex o de nitrilo —dependiendo de cómo se tenga previsto que acabe la noche—, un reloj con alarma para no pasarnos de la hora y una tarjeta con los números de teléfono de todas las compañías de taxi para poder pedir uno con la antelación suficiente.
En cualquier caso, creo que en una noche tan especial como esa no deberíamos de olvidarnos tampoco de los amantes de los cotillones de la antigua normalidad, por lo que sería conveniente que en cada bolsa hubiera también el sombrero de cono o de copa, el antifaz veneciano —a juego o no con los guantes de látex—, el confeti, el collar hawaiano de papel, el silbato, la trompetilla y los globos, siempre que no los compartamos.
Habrá quien piense, con razón, que quizás no estaría de más incluir también alguna de las tres futuras vacunas anti-Covid en ese cotillón tan especial, pero personalmente pienso que tal vez sea casi mejor esperar unos pocos días más —ustedes ya me entienden— y que nos las traigan al final los tres Reyes Magos.
… yo incluiría también un par de condones… por si hay suerte y llegamos a derribar la última barrera esa, la de la ropa interior roja, otra superstición más que no hace daño… como la tontería esa de los tres reyes magos, que no son los que nos traerán la vacuna, sino que serán los científicos investigadores con arduo trabajo, no entes imaginarios… que ya no somos niños, si nos perdemos en cosas así, no me extraña que luego los adultos acaben por inercia en creer en otras cosas igual de insulsas y prescindibles como dioses, santos y vírgenes… lo dicho, no olviden un par de condones, que las fiestas son para disfrutarlas…