Sin darnos cuenta, hemos llegado a otras Navidades y en esta ocasión sí que podemos decir que son totalmente diferentes. Este año nos encontramos perdidos: viajes anulados, familiares a los que no podremos ver y abrazar…Por vez primera, yo no podré ir a mi amada tierra a abrazar a los míos y a brindar por el nuevo año.
En mi caso, que me considero una mujer de carácter positivo, temo el comienzo del año nuevo, puesto que enero y febrero no parece que vengan muy halagüeños. Mis clientes me llaman diciéndome que se encuentran movidos por dentro, nerviosos, sin ganas de trabajar ni de hacer nada. Esa sensación de sentirnos perdidos está colapsando nuestro día a día y nuestra vida. Es un momento convulso exterior e interiormente, de incertidumbre que nos hace navegar sin rumbo fijo y sin poder cumplir los objetivos que nos marcamos.
Estamos perdidos en un sinfín de emociones desconcertantes, de intranquilidad, de angustia y de pena. Las calles alumbradas como cada año no tienen luz, no nos paramos a contemplar los escaparates, ni los belenes, como cada año, no disfrutaremos de los mercadillos navideños como siempre lo hacemos, ni de las cenas de Navidad que no podremos celebrar. Este año parece que echaremos en falta a nuestra suegra, a nuestro cuñado, ese que parece que no soportábamos, y este año no podremos ver a ese compañero petardo que nunca queríamos tenerlo a nuestro lado.
Ahora más que nunca vamos a ser conscientes de todo lo que hemos perdido, por no hablar de aquellos que han perdido a seres queridos por causa del coronavirus y estas Navidades no podrán estar en nuestra mesa. Pero, por encima de todo, vamos a ser conscientes de la falta del AMOR que en estos días se reparte entre las mesas, las risas, el cava y el turrón.
Es un momento para la reflexión, para ser conscientes de lo que realmente queremos hacer con nuestras vidas, de lo que queremos salvar de esta guerra fría, de lo que queremos rescatar de la vida que teníamos y de lo que nos llevamos a nuestra nueva vida, esa que estamos construyendo desde que estalló la pandemia.
Ya nada será igual, nosotros no seremos los mismos, nuestras vidas serán distintas, y es una oportunidad de oro para rescatar los valores que realmente deberos rescatar y para volver a empezar desde cero con lo que nos llevamos de la otra vida.
Energéticamente no seremos los mismos, espiritualmente se está produciendo un cambio que se respira en el ambiente, que subyace desde lo más profundo de nuestros corazones; se huele en las calles el aroma de la nueva realidad, del miedo, de la incertidumbre, del dolor y el vacío del alma.
Y entre todo ese caos tenemos que aprender a extraer lo mejor que llevamos dentro, hacer limpieza de lo que ya no nos sirve más, aprender a limpiar nuestro interior, y a vaciar de nuestras vidas lo que ya no va más con nosotros. Es el momento de crear nuestro mapa mental para 2021, y solo de nosotros depende seguir hacia delante renovados, o seguir en el fango sollozando por lo que no volverá.
Mira hacia dentro y observa con qué te quedas de tu alma y desde ahí comienza el nuevo año.
El “Genio” sigue vivo y esperanzado con frotarlo surgirá…Diciembre guarda corazón mágico.
… el género humano prevalecerá a esta crisis pandémica… y este vano intento de llamamiento a recuperar valores que sospecho muchos identificarán erróneamente con dogmas confesionales, hay que puntualizarlo en este modo… no seamos derrotistas, somos fuertes y saldremos adelante, pero no será con fe ni tonterías de esas, la espiritualidad humana está en su interior, no viene de los cielos… si una cosa nos está mostrando esta pandemia es que no necesitamos a las iglesias dando el coñazo: no hubo misas ni bendiciones de fiestas patronales y no pasa nada, no hubo procesiones molestando por las vías públicas de las ciudades, y no se hundió el mundo, nuestros mayores han ido mucho menos a comulgar a misa por las restricciones, y siguen siendo los mismos… quien de verdad está de capa caída no son los ciudadanos, son las confesiones religiosas, más perdidas que un pulpo en un garaje ahora mismo… y no me dan lástima en absoluto