Las consecuencias dramáticas de la pandemia sobre la vida de los ciudadanos, la grave situación de la economía y la incertidumbre en torno a qué hacer en las inminentes fiestas de Navidad han relegado casi al olvido el hecho crucial de que el próximo uno de enero se acabará el periodo de transición del “brexit” y, por tanto, la salida realmente efectiva del Reino Unido de la Unión Europea sin que, de momento, se haya podido llegar a un acuerdo que regule la futura relación entre ambas partes y, dado el poco tiempo que queda y el curso que han seguido hasta ahora las negociaciones, no parece probable un arreglo de última hora.
Y como en una especie de broma macabra que nos juega el coronavirus, ahora aparece precisamente en Inglaterra una nueva variante del mismo que resulta tener mucha más capacidad de diseminación, mucho mayor potencial de contagio. En realidad no es que haya aparecido ahora, los primeros casos se detectaron en el sur de Inglaterra ya en el mes de septiembre, pero ha sido en estas últimas semanas cuando se ha extendido por todo el Reino Unido y ha provocado la alarma internacional. La consecuencia ha sido el cierre de muchos países europeos a todos los viajeros que procedan de Gran Bretaña, excepto los connacionales los residentes, o la implementación de medidas muy estrictas de exigencia de pruebas PCR o de confinamiento, o ambas, lo que ha venido a dibujar una imagen, no metafórica sino real, de Reino Unido aislado de Europa, precisamente pocos días antes de consumarse el “brexit”.
Tampoco es seguro que esas medidas vayan a servir para atajar la difusión de la nueva variante del virus, ya que ya se han detectado casos en varios países europeos como Holanda, Italia, Dinamarca y Gibraltar, así que la pretensión de impedir su progreso por el continente parece condenada al fracaso.
No parece que esta nueva variante produzca infecciones más graves, pero el solo hecho de su mayor capacidad de difusión introduce un factor de agravamiento de la pandemia, ya que eleva el índice de contagiosidad y la velocidad de diseminación, incrementando de esa manera el número de casos y contribuye a la saturación del sistema sanitario. Malas noticias por tanto y más razón para extremar estas próximas fiestas la prudencia, limitar severamente los contactos familiares al mínimo y mantener al máximo las medidas de protección.
Tampoco parece que las mutaciones que presenta esta nueva variante del virus vayan a disminuir la eficacia de las vacunas, aunque no hay duda de que introduce un factor de incertidumbre que obligará a realizar estudios de la respuesta de los vacunados al respecto. Justo cuando la Agencia Europea del Medicamento acaba de autorizar el uso de la vacuna de Pfizer-Biontech y los países de la UE se aprestan a iniciar la vacunación masiva antes de que acabe este año, la aparición de esta nueva variante del virus puede incrementar las reticencias frente a la vacuna por parte de algunos ciudadanos e incrementar el porcentaje de los que decidan no vacunarse o posponer la vacunación, lo que significaría un retraso en la consecución de la inmunidad de grupo, necesaria para minimizar la circulación del virus que, a su vez, es la condición necesaria para detener la expansión de la pandemia.
El “brexit”, sobre todo sin acuerdo, y la nueva variante “inglesa” del virus no son buenas noticias, ni para la pandemia, ni para la economía, pero así como la pandemia es un fenómeno natural, aunque se podría haber gestionado mejor, el “brexit” es la consecuencia del delirio de unos políticos conservadores británicos y de una parte de la población, sobre todo inglesa, que viven en la ensoñación de una gloria imperial irreal, que nunca fue como la idealizan y que, en cualquier caso, incluso si alguna vez existió, nunca volverá.