No sólo no me considero partidario de cualquier tipo de violencia, sino que, además, la condeno con todas mis fuerzas que, a pesar de mi ya crecida edad, siguen en un estado aceptable.
Durante los últimos días, un hecho concreto ha encendido la mecha que está desembocando en graves disturbios en las calles de varias ciudades, principalmente en las catalanas: un rapero de buena familia ilerdense, de nombre Pablo y de seudónimo Hasél, ha sido encarcelado por varias condenas y, este hecho particular, ha provocado que masas de humanos se lancen a la calle para protestar por dicha reclusión penitenciaria, produciéndose, al final de las respectivas manifestaciones pacíficas, gravísimos altercados de orden público por parte de grupos minoritarios que utilizan la violencia pura y dura para soltar su criminal adrenalina en forma de pedradas, barricadas, pillajes e incendios de material urbano. Esta es la cosa, básicamente. Es la realidad.
Tengo que manifestar, ante todo, mi propensión absoluta a la defensa total de la libertad; de cualquier signo y procedencia. Soy de los que creo que la libertad es un símbolo de la inteligencia humana y que ejercerla y permitir cumplirla es uno de los rasgos más preciados de la civilización. Ahora bien (en la historia de la vida siempre hay un “pero”), creo también, y defiendo, que se establezcan límites que procuren no desfigurar la belleza de la propia libertad. Y, la verdad, los límites establecidos deben, siempre, intentar ser proporcionales al desbordamiento efectuado sobre la naturalidad de los hechos. Por eso pienso que lo tan cacareado de la libertad de expresión (o de pensamiento) debe respetar, en todo momento, aquellos elementos que puedan herir las susceptibilidades básicas que conforman la convivencia general. Todo el mundo tiene el derecho de pensar y expresarse como quiera, como le de la gana, claro; no faltaría más. Pero -ya que todo derecho tiene un deber en su anverso- también opino que ciertos insultos o injurias ejercidas contra personas físicas debe tener alguna corrección por parte de la administración pública. Y ahí viene lo de la proporcionalidad: una cosa es insultar u ofender al prójimo y otra muy distinta lanzar ataques de odio contra el mismo prójimo. El deseo de matar a alguien en concreto y expresarlo públicamente debería tener un cierto castigo, evidente; otra cosa es que la privación de libertad, la cárcel, sea consecuente; hay otras maneras de sancionar al personal. Por eso pienso que encerrar al tal Pablo Hasél no deja de ser un castigo igual de injusto que sus ofensas. Lo del “diente por diente y ojo por ojo” no es la mejor solución.
Dicho esto, que la gente -poca o mucha- se soliviante ante este encarcelamiento me parece correcto y legal: todo el mundo, gracias a Dios, tiene el derecho a manifestar sus protestas: es el juego político de la democracia. Tengo que volver a escribir el “ahora bien” (el “pero”) de unas líneas más arriba: ahora bien, pues, que grupos de salvajes, de vándalos, de puros gamberros aprovechen lo pacífico de las manifestaciones para desarrollar todo tipo de desmanes y se enfrenten, violentamente, muy violentamente, a la policía -encargada de la seguridad ciudadana- me parece un ejemplo de barbarie y de bestialidad humana. Otra cosa sería revisar algunas actuaciones por parte de “algunos” miembros de los cuerpos de seguridad que, probablemente, pueda no ser todo lo ejemplar que cabría esperar. Pero esto, repito, no es excusa de lo que sucede.
Las imágenes televisivas que estos días he ido visionando me producen un asco escandaloso y real. Estamos frente a la más pura negatividad, al irracionalismo más atroz, al odio más recalcitrante y vomitivo. ¿Jóvenes? No señor: ¡salvajes!
Deberíamos pensar, entre todos, en qué ha hecho mal la sociedad, nuestra sociedad, para parir seres humanos de estas características.
… varias consideraciones sobre el tema… ((1)) es un hecho de que un rapero que hace canciones, un artista pues, ha sido encerrado en la cárcel por las letras, lo que es un flagrante abuso en contra de la libertad de expresión…((2)) que las letras sean penosas, ofensivas, de mal gusto y no les gusten a ciertos colectivos como a la corona, no es excusa de nada, pues ante opiniones contrarias no cabe sino aguantarse, “estoy en total desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta donde haga falta tu derecho a decirlo”… ((3)) hay un límite, y es el de la incitación al odio, en cuyo caso sí es un delito que puede ser penado… por lo visto sus letras entran en este capítulo… pero falla la proporcionalidad, merece cárcel quien dispara o pone una bomba, pero a quien sólo lo sugiere, le basta con una MULTA… ((4)) dicen por ahí que Pablo Hasél ya tenía denuncias previas por otros delitos, como agresión, coacción, asalto, etc… pero si fueron anteriores, son excusas improcedentes, pues no desautoriza el hecho de que se ha vulnerado la libertad de expresión, pues ya habrán sido juzgadas y en su caso purgadas… pero si no es el caso, y los jueces se han hecho el loco con esas denuncias, hasta decidir encerrarlo JUSTAMENTE por las canciones, pues más a mi favor, se confirmaría que no le encierran por delitos de verdad, pero esperan a que sea uno de mentira para pisar la cárcel, de ahí las protestas… ((5)) los energúmenos que aprovechan las manifestaciones para sembrar el caos NO son representativos de la lucha contra la censura a la libertad de expresión, porque éstos no expresan su protesta, sino que se desfogan su ira y sus problemas rompiendo quemando y asustando, y también aprovechan para robar… nada de todo ello tiene que ver con la reivindicación legítima del derecho de opinión, no son relacionables… ((6)) el derecho que tiene todo el mundo a manifestar sus protestas, no proviene de “la gracia de dios”, sino de la sociedad democrática que los seres humanos hemos construído al vivir en sociedad… tiene razón al decir que es usted mayor, aventuro que educado bajo el casposo paraguas del nacionalcatolicismo franquista, le perdono esta vez…
…pero el meollo del asunto es que tenemos leyes absurdas como la ofensa a la corona, que protege la imagen de la monarquía, que proviene de tiempos del absolutismo real,… y las de la blasfemia, incluso anterior, de tiempos medievales, que deben ambas reformarse, si no eliminarse directamente… de ahí las protestas, por no haber eliminado todavía esas estúpidas leyes , y de no haber cambiado aún la pena por las otras, aquellas acerca del derecho al honor, a la propia imagen e incitación al odio, que basta multarlas, pero no encarcelar a la gente, porque no es lo mismo amenazar con algo que cumplir esa misma amenaza,… ahí falla la mención al “ojo por ojo” del artículo, pues ante el insulto los jueces no insultan a su vez al condenado, sino que le reprimen…