Yo soy bipolar, yo soy diabético, yo soy esquizofrénico etc. Resulta sorprendente que utilicemos coloquialmente esta afirmación sin dudarlo en ningún momento. Confundimos ser con estar. Erramos la atribución. Nuestro propio lenguaje configura nuestra enfermedad y nuestra actitud hacia ella. Nunca hay que olvidar que no existe la enfermedad, sino el enfermo. No hay enfermos clónicos, ni siquiera los crónicos lo son. Existen personas singulares, con un contexto determinado que afrontan una dolorosa travesía personal y más si padecen una enfermedad mental. La enfermedad mental soporta desde hace mucho tiempo una injusta sobrecarga. El sufrimiento personal y familiar se multiplica por el rechazo, la discriminación negativa, la estigmatización social, el señalamiento mediático y la lacra de la autoestigmatización. A esto hay que añadir el escaso apoyo institucional en cuanto a crear una plataforma de equidad y de igualdad de oportunidades que permita la auténtica integración social y laboral. Cuanto duele ver la soledad de los pacientes y sus familias. En la vida no elegimos muchas cosas esenciales y existe una condición que nos iguala a todos: la humana, nadie meara colonia, sudara channel five y todos tenemos fecha de caducidad .Cuanto les empreña a algunos esta igualdad, esta similitud, que mal toleramos y cuanto nos separan las semejanzas. La vida no es como un supermercado en el que uno elige lo que va a consumir y tener, la enfermedad de entrada no es una elección nuestra. Por otra parte, en el fondo, la enfermedad siempre comporta una intrínseca soledad aliviada y reconfortada por un buen acompañamiento. La enfermedad constituye un enigma, no hay respuesta para muchos interrogantes y el silencio está ahí acechante. Cuando enfermamos todo se cuestiona y nos asalta la incertidumbre que se adueña de nuestra escala de valores. Una oleada de pensamientos irrumpe en nuestra conciencia. ¿Cómo me he puesto enfermo? ¿Estoy construyendo mi vida de forma equivocada? ¿Por qué me he puesto enfermo? ¿Me curaré? La irrelevancia y la insignificancia de muchos asuntos que obsesivamente nos han ocupado y preocupado quedan retratados con gran luminosidad. Chequeamos sobre todo nuestros afectos, emergiendo lo cotidiano y la urdimbre de los pequeños contactos. Otras veces predomina la atrofia, la anestesia afectiva y el llanto no es homeostático ni nos libera. Se crea un espacio donde la mirada y el gesto anulan la palabra. Nadie somos culpables de estar enfermos pero todos somos corresponsables en combatir nuestra enfermedad, que ineludiblemente debe de ser aceptada.
Es hora de pedir ayuda y no acudir al Dr. Google. Como dice Daniel Flichtentrei” “el valor de la información está en su relevancia y no en su abundancia. A mi juicio, es peligrosísimo que Google se convierta en médico, pero más peligroso aun es que los médicos nos convirtamos en Google. La medicina es una profesión de interacción humana intersubjetiva, no un puro, pobre y tristísimo intercambio de datos.
Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.