Ésta ha sido una semana que ha confirmado mi teoría sobre la visión cercana, una teoría sustentada más en la necesidad que en la convicción. A mí, la convicción me lleva a la visión global e integradora, pero la realidad, tozudísima, con sus pragmáticos imperativos, parece que se construye desde la cercana. La victoria de Díaz Ayuso avala esta teoría de la visión cercana. Cercana y presentista, en su caso. La ‘popular’ ha gobernado con la vista puesta en la comunidad por la que todo pasa y ejemplificado la gestión la pandemia desde un demoledor sentido práctico, que bien podría resumirse en el vulgar “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
La estructura política, orgánica y presupuestaria de España unida a la incapacidad del Gobierno de Sánchez de liderar un gabinete de gestión de la crisis sanitaria que pudiese equilibrar salud, economía y sensibilidades territoriales, ha permitido que cada comunidad haya podido tomar sus propias decisiones. Estas decisiones se han adoptado con la vista puesta en la realidad cercana, sin que nadie haya querido/sabido advertir que una mayor o menor solidaridad y la desigual agregación de restricciones y resultados podían tener consecuencias, más o menos inesperadas, para el conjunto de los ciudadanos de nuestro país.
Como la victoria de Ayuso, la planificación de la recuperación sanitaria y económica soslayando el peso turístico de España o la decisión de uno de nuestros principales mercados emisores- el británico- de excluir a España de su lista de destinos seguros. Son tres ejemplos de lo que sucede cuando no existen ni creatividad ni mecanismos de compensación que animen a la solidaridad entre regiones/comunidades y cada uno va a la suya, ciego a la visión global e integradora.
Si asumimos que esta visión es imposible, hay que buscar soluciones adecuadas al ámbito geográfico y temporal cercano, lo más individualizadas posible, y apostando por las que menos dependan de indicadores y poderes- ya sean supranacionales, nacionales o autonómicos- ajenos a los propios/cercanos, que tienden al rodillo de la uniformidad. Nos gustará más o menos, será cortoplacista e insolidario, pero con la experiencia y en el contexto actuales, la visión global e integradora parece imposible y apelar a ella, sin medios ni convicción, solo abona la inoperancia, la frustración y la desafección respeto de los gobiernos y las instituciones que se erigen en los reguladores de la vida pública y, de un tiempo a esta parte cada vez más, de la privada.