En nuestro país no parece haber término medio ni siquiera en los asuntos llamados del corazón. O nos casamos en secreto, sin que casi nadie lo sepa, o nos inclinamos por anunciar nuestra futura boda a bombo y platillo —o incluso con una orquesta entera— con muchos meses de antelación, bien en el «¡Hola!» o bien en alguna otra revista digamos de carácter romántico, dependiendo de nuestra posición, clase e influencia social.
Del mismo modo, o no nos casamos nunca, o lo hacemos ocho o nueve veces, como Elizabeth Taylor o Zsa-Zsa Gabor. Otras dos opciones antagónicas tradicionales, al menos antes de la pandemia, eran casarse en los juzgados acompañados únicamente por dos testigos o hacerlo en una iglesia o en una catedral con la presencia de miles de invitados, esencialmente familiares y amigos íntimos.
A mí ya provecta edad, lo que más me sigue sorprendiendo aun hoy es, con todo, que todavía haya personas dispuestas a casarse, sobre todo teniendo en cuenta el elevado número de separaciones y de divorcios que hay año tras año en cualquier país del mundo. Yo creía, sinceramente, que llegaría un día en que ya nadie se casaría, pero parece ser que en realidad está sucediendo justo lo contrario, pues últimamente sólo me cuentan o leo muy a menudo noticias en este sentido.
En las entrevistas previas o posteriores a cada enlace matrimonial, hay una frase que se repite siempre de forma invariable, «es la mujer de mi vida» —o «es el hombre de mi vida»—, afirmación que yo creo que es preciosa y temeraria a un tiempo; preciosa por el significado que tiene y la ilusión que denota, y temeraria porque algunas de las personas que pronunciaron públicamente frases iguales o muy parecidas no hace aún mucho tiempo, hacen hoy afirmaciones radicalmente contrarias en los programas televisivos del corazón a los que acuden, con duras acusaciones marcadas por el aborrecimiento o el desengaño.
Por lo demás, esos denuestos e improperios ante las cámaras suelen tener lugar, normalmente, instantes antes de que lleguen luego otros invitados u otras invitadas anunciándonos románticamente su próxima boda… con la persona de su vida. Y así, de ese modo, entre continuas regañinas de Jorge Javier Vázquez, gestos de incredulidad de Emma García, abandonos del plató de Kiko Matamoros y punzantes exclusivas de María Patiño, volvemos a creer de nuevo todos en la magia y el misterio del amor.