Por mucha que pueda ser nuestra capacidad para poder imaginar o fantasear, o para llegar a empatizar con otras personas, hay siempre miles de seres en nuestra propia ciudad de quienes lo desconocemos prácticamente todo. Sólo podemos intuir que, como la mayor parte de nosotros, son personas que trabajan para intentar hacer realidad sus proyectos o sus sueños, o que quizás sólo intentan salir adelante cada día con dignidad y con honradez.
Tras un año sin duda muy difícil para todos, las calles de muchas ciudades están de nuevo ahora llenas de gente a lo largo de casi todas las horas del día. Por decenas de transitadas calles pasean diariamente miles de personas con sus ilusiones, sus dudas, sus alegrías, sus preocupaciones cotidianas, sus vivencias, sus dificultades, sus esperanzas, sus tristezas o sus melancolías, seguramente no muy diferentes o alejadas de las nuestras.
Muchas de esas personas hacen, como nosotros, planes de futuro, aunque posiblemente no todos se acaben haciendo realidad, o no al menos en la medida de lo esperado o deseado inicialmente. Entre esas personas es muy posible que se encuentren también ahora algunas que necesitan algún tipo de apoyo y que confían en que otras personas —que podemos ser nosotros mismos— puedan ayudarlas de algún modo.
También es posible que a veces un cierto desánimo parezca querer apoderarse de nosotros para, obstinado, no querer soltarnos del todo. En esos instantes, creo que podemos sentirnos mejor ya sólo con pensar en todas las personas que existen y en que, si pudiéramos, les daríamos las gracias a todas ya sólo por estar ahí, por existir, por formar también parte, en cierto modo, de nuestras propias vidas; unas vidas que, salvo que seamos muy ricos o famosos, suelen ser también más o menos desconocidas para los otros.