Soy mentiroso. Terriblemente mentiroso. Soy un mentiroso compulsivo. Soy de los que creo que la mentira es la gran defensa de la civilización y, a la vez, el adalid de la cultura. Soy un apasionado de la mentira, porqué entiendo que la ocultación de la verdad frena las convulsiones psíquicas, serena la realidad, permite la ficción y refuerza la imaginación. Creo que mentir ayuda a mejorar nuestra relación social y aumenta la estabilidad y el bienestar de la humanidad. Sí, soy mentiroso y con ganas.
Uno miente por varios motivos:
Uno, por orgullo. Dejar de decir la verdad, enaltece el espíritu i enardece el ánimo. Excita. Se trata de oponerse a la sinceridad que, finalmente, no deja de ser mediocre y, normalmente se mueve dentro de un terreno de un aburrimiento generalizado. La verdad, a secas, no ofrece dudas; y además, suele ser cruel.
Dos, por diversión. Mientras miento, creo una especie de atención, que no tendría si lo que yo contara fuera verdad. ¿A un taxista, le distraería que yo le contara que soy un vulgar asalariado, en una empresa textil, que tengo dos hijas, y que dispongo de una plaza de parking en el centro de la ciudad? ¡No! Al taxista le apetece mucho más que yo le cuente que soy cazador de osos, que vivo en Alaska y que ejerzo de veterinario especializado en focas; y que en Anchorage- contrariamente a lo que se dice- hace un calor que te mueres. Lo mismo ocurre cuando, en un largo trayecto de avión, le cuentas al pasajero adosado que eres arquitecto, que has visto películas que jamás has visto y que estás interesado en las actividades sexuales de los mejillones. ¿Qué puede suceder? Que te encuentres con un individuo que sea, realmente, arquitecto, qué haya visto las películas de las que yo comento sin haberlas visionado y que, para más inri, sea biólogo marino. Si ocurre esta vicisitud, la conversación puede llegar a ser de una fascinación ineluctable. El riesgo desata adrenalina por un tubo y te obliga a soltar comentarios para trampear la situación.
Tres: por inteligencia. Mintiendo, se caza a la imbecilidad. Lo que no se puede colar por la vía de la normalidad, se introduce por la puerta de atrás.
Ya aparte, no puedo dejar de citar las llamadas “mentiras piadosas”. ¡Qué gran invento! En lugar de proclamar verdades que pueden herir -o en su caso destrozar- al ajeno, uno esconde la crudeza de la sentencia y la suaviza con el objetivo de desviar el sufrimiento y facilitarle algo de tranquilidad y sosiego al personal. Diré más: si hay algo que me guste en esta vida es que me apliquen este tipo de terapia. ¿Para qué sufrir más de la cuenta?
Dicho esto:
Hace muchos años que escribo para eso que ahora llaman un “diario digital”, concretamente en ese que tiene usted ante su inteligente visión. Uno participa, buenamente, e intenta hacerlo de la mejor manera posible, redactando una serie de artículos, tal y como si fueran para un periódico de hojas de papel. La diferencia, la gran diferencia, con la prensa escrita tradicional, estriba en que después de la publicación de un determinado artículo de opinión, el público, la plebe, “comenta” lo que le parece la cosa publicada. Es la puta democracia. Generalmente, los comentarios suelen ser ofensivos e insultantes: eso da coraje al periodista. De vez en cuando -muy de vez en cuando- alguno de los anónimos lectores te sorprende con alguna florecita; pocos, repito.
¿He dicho que mentía?: pues eso!
El 80% de mis artículos, en este diario, han sido una copia total, íntegra, de grandes, grandiosos, artículos de los mejores pensadores de los siglos XIX i XX. He plagiado a placer; un gustazo. No me he dedicado, ni tan solo, a retocar o a transformar ligeramente, frases enteras de premios “Nobel”, de escritores galardonados con los famosos “Pullitzer”…ni de los enormes maestros de las letras… A bulto, la copia directa y sin escrúpulos. En algunas ocasiones he recibido quejas o reprimendas de los lectores e incluso recomendaciones para escribir mejor y con los contenidos más profundos… eso, cuando, en realidad, estaban criticando insignes artículos de Sartre, Azorín, Cortázar, Cela, Simone de Beauvoir, la Pardo Bazán, Truman Capote, Larra o Víctor Hugo, sólo por citar unos cuantos ejemplos.
Ahí se les ha visto la pluma a algunos lectores de poca monta. Pero bueno, lo que son las cosas: ellos han disfrutado lanzándose sobre una carroña que -gracias a mi carácter mentiroso- les ofrecido… y yo, tan pancho con mi ocultación de la realidad. Empatados, pues.
P.S.Este artículo es completamente original. No hay plagio.
¿O sí?
… quienes defienden la mentira, suelen ser curiosamente los mismos que defienden a capa y espada todo el argumentario fantasioso de las creencias y las religiones… entre ladrones anda el juego