Seguramente, incluso las personas en apariencia más seguras y más valientes pueden llegar a vivir condicionadas por algún tipo de miedo, por alguno de los miedos que suelen afectarnos a la mayor parte de seres humanos. Dichos miedos posiblemente hayan aumentado además en número o en intensidad en estos últimos meses, a causa de la pandemia y de todos sus posibles efectos.
Como sabemos bien, hay muchos tipos de miedo, a veces se diría que casi infinitos. Miedo a sufrir, al dolor, a la pobreza, al desamparo, a la enfermedad, al sentimiento de culpa, a perder el trabajo o a no poder encontrar uno. Miedo a la soledad, al amor, al desamor, a no ser aceptados por los demás, a ir envejeciendo, a nuestra propia desaparición física o a la de nuestros seres queridos. Miedo a la felicidad, a la infelicidad, a vivir, a sentir, a cambiar, a descubrir, a experimentar. Miedo también al pasado, al presente o al futuro. Miedo al propio miedo.
Muchos son, pues, los miedos que pueden hacer acto de presencia en el interior de nuestra mente, siempre tan misteriosa e indescifrable, aunque sólo sea para recordarnos lo frágiles, lo extremadamente frágiles, que somos o que podemos llegar a ser en muchas ocasiones. Aun así, rara vez solemos reconocer ante los demás que, efectivamente, tenemos tal o cual miedo, tal o cual inquietud, por el temor —otra vez el miedo— a no ser entendidos, o a ser marginados de alguna forma, o a que no cuenten con nosotros.
Vivimos en una sociedad a menudo tan exigente y tan competitiva que, de alguna forma, no sólo se penaliza a quienes reconocen que tienen algún tipo de inseguridad o de miedo, sino que además también se critica a menudo a quienes expresan empatía, ternura o compasión hacia los demás. En ese sentido, algunos de nuestros gestos más nobles o más humanos suelen ser entendidos hoy como muestras de debilidad o de flaqueza por parte de determinadas personas. Aun así, o quizás por ello mismo, nunca deberíamos dejar de hacer esos honrosos y necesarios gestos.
El miedo a veces nos paraliza por completo y otras veces nos moviliza a actuar. En última instancia, para poder seguir adelante en el camino de la vida, tenemos siempre la posibilidad y la libertad de acabar asumiendo poco a poco nuestros miedos, algo que en cierto modo puede ser también una forma de llegar a controlarlos, dominarlos y, finalmente, vencerlos.
Ulises desoye el canto de las sirenas con tapones de cera y llega a Itaca…sin miedos.