En su ánimo de jugar a ser profetas los poderosos parecen disfrutar haciendo predicciones y lanzando mensajes más o menos claros sobre los males que acechan a la humanidad.
Pero nos tranquilizan porque, aun no poseyendo nada para el año 2030, dicen que seremos felices.
Quizá por eso, Ione Belarra, la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 (tiene guasa que un Ministerio tenga esta coletilla en su nombre) ponga ya en marcha la máquina expropiatoria de la propiedad privada. Esta vez les ha tocado a los promotores de viviendas que se verán privados de un 30% de su inversión prevista para destinarla a viviendas sociales, importándole poco el agujero que provocaría en la rentabilidad económica del proyecto. Probablemente no se haya parado a pensar o no entienda que quien asume tanto riesgo lo hace para obtener una rentabilidad a cambio y, si lastras la rentabilidad no interesa realizar la inversión.
Esa expropiación forzosa de nada menos que casi un tercio de las viviendas a construir, sin duda, va a desincentivar la inversión en futuras promociones creando el efecto contrario al deseado.
Dice Ibone en la cadena SER que habernos convertido en un país de propietarios ha desembocado en “la ley de la selva”, estigmatizando así el derecho constitucional de la propiedad privada.
Mis padres, de origen humilde, a base de esfuerzo, austeridad y ahorro, aunque también con mucha ilusión, lograron ser propietarios de dos pequeños apartamentos que conformarán mi herencia y la de mi hermano. Ese legado está lejos de toda sospecha selvática y fue el premio al esfuerzo de un matrimonio trabajador y abnegado. Ni la Agenda 2030 ni esta ministra van a privarme de sentirme orgulloso de recibir una propiedad privada fruto del esfuerzo de mis padres y, mucho menos de la felicidad de poseerlos.
El jefe de todo este entramado que alberga la Agenda 2030, Klaus Schwab, descendiente de los Rothschild, ha anunciado varias veces que la crisis de la Covid será vista como “una pequeña molestia” comparada con la amenaza de una ciberpandemia, augurando algo así como un apagón global de Internet que provocaría el colapso en multitud de sectores.
El apagón de Internet del 8 de junio pasado afectó a la CNN, The New York Times, Twitch o Spotify se suma al de esta semana centrado en Facebook, Instagram y Whatsapp y que tan nervioso puso a algunos. Ambos serían un chiste si ocurre lo que ha anunciado el presidente del club selecto de poderosos, el Foro Económico Mundial. Existe un grupo de personas al que les encanta avisar de lo que está por venir. Y no suelen fallar.
Sin Internet se verían afectados servicios básicos como el logístico, el bancario, el transporte de personas y mercancías, tanto aéreo como marítimo o el sanitario. Tendría lugar el colapso de la economía y de la vida rutinaria.
The Economist, altavoz de los poderosos, dedica su última portada a la escasez de alimentos en los supermercados por falta de abastecimiento ¿Es un aviso como el del pangolín y la máscara de gas en una portada previa a la pandemia?
Las malas lenguas dicen que la ciberpandemia ocurrirá en diciembre y la operación lleva el nombre de Cyber Poligon.
Otra vez estamos con conspiraciones. Qué pereza. Me niego a volver a hacer acopio de papel de váter y latas de conserva. Pero, ojo, es que el que avisa no es cualquiera. Es muy poderoso y ya acertó con el virus.