Según datos estimados por las Naciones Unidas y Eurostat, en el año 2050 (a la vuelta de la esquina) un 25 % de la población europea tendrá más de 65 años, aproximadamente unos 149 millones de personas. Eso supone que una de cada cuatro personas estará en el grupo de gente mayor. Si bien es cierto que en nuestra sociedad actual la mayoría de estas personas gozan de una salud mejor que la que tenían la gente mayor de un siglo atrás.
María Fiorella Sarubbo, con los datos de la estadística demográfica en una mano y la ciencia en la otra a escrito un artículo que ha sido premiado por la UIB. En él advierte de la necesidad de adaptar de manera urgente nuestra sociedad a una realidad incómoda; nos hacemos viejos y tenemos que saber adaptarnos a ello.
Ese envejecimiento repercute en casi todos los aspectos de la sociedad, desde la salud hasta la economía. Para hacernos una idea, se estima que algunas enfermedades asociadas al envejecimiento, como por ejemplo el alzhéimer o el párkinson, cuestan una media de 23.000 € anuales por persona.
El artículo de la bióloga e investigadora María Fiorella Sarubbo continúa haciendo referencia a que se puede entender el envejecimiento como el deterioro funcional dependiente del tiempo que afecta a los organismos vivos. Es un proceso universal en la naturaleza, progresivo, complejo, multifactorial y perjudicial, claro, porque con él disminuye la supervivencia.
Tanto ha preocupado a la ciencia que existen más de 300 teorías sobre el envejecimiento. Estas apuntan a la inestabilidad genómica, el acortamiento de nuestros cromosomas y la muerte progresiva de nuestras células como principales causas. El efecto del ambiente es muy relevante y buena prueba de ello está en cómo el COVID ha encontrado entre sus principales víctimas a las personas más mayores de edad y a aquellas que estaban más inmunodeprimidas.
Actualmente, la teoría más aceptada es la conocida como “la teoría de los radicales libres del envejecimiento”, que considera que se produce un desgaste cada vez que una de nuestras células obtiene energía, con un coste concreto, y es el de generar unas moléculas tóxicas, llamadas radicales libres. Al más puro estilo coste-beneficio de cualquier negocio.
Los científicos intentan profundizar en estos aspectos para combatir con éxito las enfermedades frecuentes de esta etapa de la vida, usando tanto animales de laboratorio como ensayos clínicos más complejos en humanos.
El artículo de Sarubbo incide también en el papel de los antioxidantes y la importancia de la vida activa. El cerebro es particularmente vulnerable al envejecimiento. Se debe a que con la edad disminuyen sus defensas antioxidantes y se reduce la capacidad de defensa de su sistema inmune, dando lugar a una respuesta exagerada frente a posibles enemigos (virus y otros). Esta respuesta se conoce como “inflamación asociada al envejecimiento”.
Simultáneamente, a medida que pasan los años las neuronas pierden lo que se conoce como plasticidad, es decir, la capacidad de ser flexibles para adaptarse y crear nuevas conexiones con funciones muy concretas. Sin buenas defensas y con una comunicación mermada, el daño se acumula.
Es posible que nos imaginemos a una persona vieja cuando pinta canas y le cuesta caminar pero es a partir de los cuarenta cuando las evidencias del envejecimiento comienzan a ser más contundentes, no tanto por cómo afecta a la apariencia sino por la pérdida progresiva de funcionalidad. Si lo comparamos con nuestros dispositivos electrónicos, diríamos que es al cumplir los cuarenta cuando la obsolescencia programada hace su aparición en escena. Por ejemplo, en forma de pérdida de memoria.
Para Sarubbo no todo es pesimista en esta visión del envejecimiento. Así se pregunta; Si no podemos detenerlo, al menos ¿podemos hacer algo para que nuestro compañero envejecimiento sea más benévolo? Podemos aliarnos con él, intentando vivir mejor el tiempo del que disfrutemos. Es importante tener en cuenta que las neuronas son flexibles, que tienen elementos que ayudan a su crecimiento, y que poseemos una pequeña reserva de células madre neuronales que están preparadas para salir al rescate. Porque todo eso implica que podemos entrenar nuestro cerebro.
En concreto, podemos entrenar su flexibilidad. Surgen así las estrategias de envejecimiento activo. un conjunto de pautas de estilo de vida que incluyen la alimentación, el ejercicio físico y el bienestar psicológico, encaminadas a atenuar el envejecimiento y mejorar la calidad de vida.
Cuidando nuestra alimentación podemos obtener antioxidantes. En las últimas décadas han llamado la atención de los científicos un grupo en particular, los polifenoles. Los encontramos en frutas y verduras, incluso en el vino, y combaten tanto el estrés oxidativo como la inflamación. Además, se alían y activan las proteínas sirtuinas, que son una especie de enzimas que afectan al metabolismo celular, que funcionan a modo de pequeñas “ambulancias de rescate” de nuestras células.
La tesis de la neurocientífica Sarubbo concluye con esta reflexión; la humanidad debe afrontar el envejecimiento de su población desde múltiples ámbitos, comenzando por promover el conocimiento científico y terminando por crear estrategias de envejecimiento activo que incluyan el acompañamiento psicológico de las personas mayores.
Un grupo humano sobre el que, por cierto, la historia nos ha enseñado dos cosas. La primera es que, frente a las crisis, los mayores aportan experiencia y fortaleza. La segunda, que en una sociedad globalizada como la nuestra su olvido puede llevar a la pérdida.
Por tanto, sigamos reflexionando, actuando e investigando para que no ocurra otra vez, que no podamos decir que fue un virus el que hizo que nos acordáramos de ti, compañero envejecimiento.
Sentir los años como se viven las Estaciones de éstos da el gusto de lo nuevo que acaece, se renueva y perdura llenando siempre de agradecido sosiego todo crecimiento no en cómputo sino en ser sensible y maleable.