Increíble pero cierto. 24 son las horas de un día. Y un poco más 27, es el precio de la hora de guardia de un médico especialista en la sanidad pública balear, con la excepción de que los festivos y sábados sube dos euritos más y al doble los cuatro días “especiales “de Navidad. Las guardias que están afrontando nuestros profesionales son tan duras, exigentes y estresantes que como se suele decir, el día de guardia tiene 25 horas. Así los 365 días del año. 4 años con la misma retribución, a pesar de la pandemia. Pero ellos siguen dando el callo y cuidando con calidad y calidez a los pacientes.
Y no hablemos de los médicos residentes que cobran la mitad y que trabajan en plan estajanovista, con contratos subsaharianos. Permítanme ejercer la quejorrea cuando comparamos esta retribución desde hace una década con las que perciben muchos profesionales de otras actividades cuya responsabilidad es mucho más minúscula. Un mecánico, fontanero, etc… alrededor de 40 a 50. Es demasiado tentador no señalizar el agravio que hay entre el precio de una hora de guardias médicas y el de la hora de asistencia a las diversas comisiones o las dietas de los ciudadanos que a la sazón habitan en el espectro político.
O cuando comparamos el precio de la hora de la jefatura de guardia con los emolumentos de los presidentes, secretarios, etc… de las prescindibles, muchas veces, actividades parlamentarias. Ahora bien tengo que ser justo y reconocer que tanto médicos como políticos compartimos el compromiso, dedicación, exigencia, estrés, desgaste, responsabilidad, precariedad y sobrecarga en nuestros respectivos trabajos.
El hachazo serotoninérgico e hipercortisolico cerebral y el impacto en el hipocampo, derivados de los estresores laborales acumulativos son una evidencia tanto en el ámbito político como en el de las guardias médicas, según un estudio de la Tabarnia University. Muchos de mis colegas que hacen guardias, viven todos los días es un escenario caótico, dantesco, de hacinamiento de personas mayores, con un solo baño para todos, donde se respira un atmósfera de indignidad y de falta de intimidad, donde la falta de camas y de personal suficiente, se traduce en enfermos apiñados en sillones en condiciones miserables y horas de espera para recibir una analítica o diagnóstico, Eso sí que enriquece la biografía, eso sí que son experiencias que impresionan para siempre las retinas médicas.
Pero visualicemos el atrezzo de ambos teatros. Hay un gran contraste con la comodidad de los sillones individuales mullidos, de la hipertrofia de asesores y ayudantes y de la suntuosidad cromática de las salas donde se realizan grandes y socráticas deliberaciones donde se deciden (muy a nuestro pesar) cuestiones y se toman decisiones muy importantes para nosotros los ciudadanos. Y no hablemos de los relucientes y bien perfumados baños en plural. Camillas ni una. Y por supuesto no comparemos el estrés y la carga alostática de las extenuantes y mitómanas sesiones parlamentarias, cuando no hay vacaciones, con la actividad asistencial.
Bien hablemos de las urgencias que padecen el síndrome generalizado del hacinamiento asistencial, mal llamado saturación. Es relevante recordar que aparte del binomio gripe e invierno, -sempiternos chivos expiatorios-, desde 2010 se han exiliado más de 20.000 médicos y el porcentaje de PIB dedicado a sanidad es un poco más del 6 %.
Los médicos han cumplido, cumplen y cumplirán. Ha llegado la hora de que la administración se ponga las pilas y cumpla. El colectivo médico ha estado a las duras y a las maduras pero nuestra resiliencia se está agotando.
Exigimos una adecuación del precio de las horas de guardia tanto de facultativos como de mires, así como de la jefatura de guardia. Ahora toca, tras 4 años de congelación, la adecuación inmediata. 30 y 35 en festivos. Esa es la cifra.
Y recuerden. Aún, aquí y ahora que estamos en derrota transitoria pero nunca en doma.