Como psiquiatra he vivido y he visto sufrir de forma innecesaria a muchas personas que han padecido y padecen cualquier trastorno mental, así como a sus familias, por la estigmatización social que han tenido siempre, lo que ha supuesto discriminación, exclusión, agravio y deshumanización para ellos. Es decir, mi tolerancia a ciertos tipos de estigmatización es cero.
Con respecto a los que han decidido libremente no vacunarse, también rechazo absolutamente cualquier tipo de estigmatización, aunque no comparta su decisión.
No vacunarse es un derecho y no hay ninguna ley en España, que obligue a hacerlo. Pero es muy conveniente analizarlo bajo una perspectiva ética.
Como dice el gran bioeticista español, de fama internacional, el profesor Diego Gracia en un magnífico articulo (EL PROBLEMA MORAL DE LAS VACUNAS ), “hay enfermedades que darían para escribir un tratado entero de ética. En ellas se dan todos los problemas morales imaginables: desde el secreto médico y la confidencialidad de los datos hasta el acceso equitativo al sistema sanitario y la no discri- minación en la asistencia. Esto pasó con el SIDA y se está reproduciendo ahora con la enfermedad generada por el SARS-Cov”.
¿Qué hubiera pasado si nadie nos hubiéramos vacunado? Tenemos ya, muchos datos que responden a esa pregunta incómoda. ¿Hubieran muerto 119 médicos de Covid si hubiéramos tenido vacunas? ¿Qué dimensión habría adquirido la gran crisis sociosanitaria que hubiéramos tenido que afrontar? ¿Cuál hubiera sido el impacto en el sistema sanitario, en la vida de los ciudadanos, en la economía?
¿Qué ha pasado en países en los que por razones diversas, el porcentaje de vacunas es mucho menor que en Europa?
Los que nos hemos vacunado hemos corrido el riesgo de los efectos secundarios potenciales, algunos mortales de las vacunas.
¿Tienen legitimidad los poderes públicos para exigir prestaciones sociales que puedan comprometer en alguna medida, aunque sea pequeña, la salud o la vida de las personas?
Como sostiene el profesor Gracia “la doctrina clásica destaca la primacía del bien común sobre el bien individual, y como consecuencia directa de ello, la justificación moral de las llamadas “prestaciones sociales obligatorias”, entre las que están no solo el pagar impuestos o cumplir con la legislación común, sino también acudir en defensa de la patria cuando las circunstancias así lo exigen, o dar la vida cuando así lo exige el bien público”.
Y concluye: “Vivir en sociedad es imperativo en la especie humana. Hoy recibimos mucho de la sociedad y tenemos obligación de dar mucho. Lo demás es ser profundamente insolidario. En estas situaciones de crisis social es cuando se pone a prueba la solida- ridad de los individuos. Vacunarse debería ser una obligación social. Pero si por lo que sea no lo es, al menos debe quedar claro que, salvo excepciones, se trata de un deber moral”.
Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.