Me habrán oído decir más de una vez que la palabra “experto” es una de las más prostituidas de nuestro léxico. Hoy en día, presumiblemente cualquier persona puede ser experta.
¿Dónde está la línea a partir de la cual un profesional puede considerarse experto? Y lo más importante, ¿cualquiera puede presentar a otro como experto?
Hay expertos de todo tipo. Expertos futurólogos como los que nombró el Presidente Sánchez hace un par de años para definir la España de 2050. Eran unos cien (se dice pronto) y debían tener un don visionario a 30 años vista.
De ahí apareció un grupo derivado: los expertos envidiosos porque, aun siendo miembros del gobierno, no fueron convocados por el Presidente para formar parte del grupo anterior.
También existen expertos fantasma. Recuerden el comité de expertos que nunca existió y que debía decidir sobre la desescalada.
El rizo se riza cuando expertos de poca monta se autoproclaman como tal y ejercen de verdugos de otros con currículum y experiencia que ya quisieran para ellos aunque sea en su fuero interno.
En un mar de desinformación y bajo nivel educativo como el que vivimos, sale barato criticar, aunque sea a un Premio Nobel.
Esta semana hemos vivido un hecho ciertamente surrealista en el que un experto en farmacología (brillante según palabras de un amigo mío que fue alumno suyo en la universidad) propuesto por el gobierno, ha asistido a una comisión de investigación.
A pesar de afirmar que no pone en duda la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de inocularse una o dos veces, los expertos del telediario le han calificado de conspiranoico y antivacunas.
Resulta que el compareciente, sin ningún vínculo con la industria farmacéutica ni conflicto de intereses, lanzó afirmaciones contundentes, basadas en datos, que ponen en duda la versión oficial de que lo que nos inoculan sean vacunas, que sean efectivas o el buen hacer de las farmacéuticas.
No se llama Miguel Bosé. Su nombre es Joan-Ramon Laporte Rosselló. No se le cuestionó su expertise cuando apareció para hablar de la industria farmacéutica en 2013 junto a Jordi Évole, adalid de la verdad y transparencia en este país. Antes valía su opinión y ahora no. Sorprendente ¿no?
No ha tardado en salir una horda de pseudoexpertos para rebatir los datos aportados por este Experto (en mayúsculas), seleccionado entre muchos para comparecer en la cuna del debate de una democracia: el Parlamento.
No sé si es coincidencia pero recientemente la democracia en España ha bajado de calificación, según The Economist, y ha pasado de ser una democracia plana a una democracia defectuosa ¿Tendrá que ver también la creación de un Ministerio de la Verdad que censura lo que ellos consideran que no es susceptible de ser difundido? Lo cierto es que la libertad de opinión está herida.
YouTube ha eliminado algunos vídeos de la intervención de Joan-Ramon en el Congreso, repito, la cuna del debate y la democracia de un país. Sus “expertos” algoritmos han decidido que son más expertos que este experto elegido de entre muchos para ir al Parlamento español.
Los expertos por antonomasia son los fact -checkers (Newtral, Maldita, …) que se apresuran a desmentir cualquier afirmación que salga de la versión oficial. Últimamente tienen mucho trabajo.
Los hay como quien les escribe: experto de nada y aprendiz de todo.
Por último, no quiero dejar de nombrar los expertos de la tele. Son (des)informadores que saben más de todo que personas cuya vida ha sido dedicada enteramente a una materia, como es el caso de Joan-Ramon Laporte. El trato que ha recibido este señor por los expertos opinadores, cuyos méritos y currículum son de risa al lado del que posee el vilipendiado, ha sido denigrante.
Desgraciadamente, en este país tiene más peso lo que diga el Gran Wyoming, Belén Esteban, Paz Padilla (la del Onitrón) y un menguante (no solo en estatura) locutor de radio que insulta más que habla.
Por último, quiero recordar a un experto que acaba de fallecer al que, ni este luctuoso hecho ni su premio Nobel, le ha librado de recibir críticas por parte de pseudoexpertos. Me refiero a Luc Montagnier.
El titular de El País, otrora medio de comunicación de prestigio, reza así: “Muere Luc Montagner, el virólogo antivacunas que dilapidó su prestigio tras ganar el Nobel por descubrir el VIH”. El subtitular añade que la comunidad científica le había repudiado.
Ni después de muerto se le da tregua aun faltando a la verdad. Ni Montagnier era antivacunas, ni dilapidó su prestigio, ni toda la comunidad científica rechazó sus tesis. Unos le repudiaron y otros han alabado su valentía por defender un discurso similar al que hemos escuchado esta semana en el Parlamento español. Similar también al del coinventor del ARN mensajero, técnica empleada en estas “vacunas”, también atacado duramente por algunos. Como similar al de la doctora Albarracín que también ha sido duramente despellejada por la jauría.
No sé a ustedes pero a mí me llama la atención que estén equivocados tantos Expertos, con mayúsculas.
Como también me sorprende detectar que todos superan la edad de jubilación y pueden expresar su opinión sin miedo a represalias laborales o profesionales.
De la Dra. Albarracín extraigo la siguiente afirmación: “Las personas deben informarse. No pueden confiar en la descarada propaganda de los medios de comunicación y de las instituciones comprometidas con farmaindustria”.
No crean todo lo que oyen y huyan de los autoproclamados expertos. Uno de verdad nunca se definiría como tal.
… algún día tendrías que escribir acerca de los viejos expertos en teología… esas personas que afirman conocer de primera mano los designios de un dios invisible que sólo habita en sus cabecitas, y pretenden convencer al resto de la gente de que deben creer a pies juntillas todas sus inmensas paridas mediante algo que se han sacado de la manga a lo que llaman fe, y que no es sino la aceptación de cualquier mentira con los ojos cerrados y de manera acrítica… esos expertos sí que dan yuyu y están entre nosotros desde hace mucho más tiempo, y seguro que hacen todavía mucho más daño a la sociedad que lo del tema de las vacunas…