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“Ucrania en paz”

Un artículo de Jaume Santacana

Concentración en Maó en contra de la invasión rusa.
Concentración en Maó en contra de la invasión rusa.

En los momentos en que escribo estas breves letras, la información sobre la brutal invasión rusa sobre el territorio soberano de Ucrania está saturada de noticias sobre la actualidad bélica y me da la impresión de que soy incapaz de aportar novedades sobre el candente tema. De momento, solo puedo añadir mi humilde solidaridad con el pueblo ucraniano y admirar su admirable resistencia que está ejerciendo, valientemente, contra el gigante ruso. El autócrata, dictador, agente de la espantosa KGB y tirano exsoviético, Vladimir Putin -un individuo de carácter abiertamente paranoico- ha lanzado sus tropas sobre el territorio ucraniano con el único objetivo de someter el país bajo su temible bota, arrancar de cuajo la libertad de sus habitantes y ejercer el mando para ampliar su imperialista idea de una Gran Rusia y hacer imperar, en el mundo, un nuevo orden en el que la democracia sea sustituida por un populismo demagógico bajo su férrea ideología fascista.

Cuando, en la Historia, uno de estos salvajes dictadores se lanza a perpetrar acciones invasivas ilegales y, sobre todo, amorales (que no consiguen otra cosa que hacer sufrir y padecer a miles, a millones de seres humanos) la sociedad global debe “actuar”, de alguna manera contundente, para frenar sus ansias expansivas propias de una persona falta de cordura. Todavía existen rescoldos de la hecatombe global provocada por uno de estos elementos de mente perjudicada; me refiero a Hitler y a la Segunda Guerra Mundial durante la cual, si los ingleses, primero, y los americanos, después del ataque japonés a Pearl Harbour, no hubiesen intervenido ahora mismo, muy probablemente, un servidor no estaría en condiciones de escribir estas líneas.

Pero, como he escrito en el primer párrafo, no les voy a comentar más opiniones ni comentarios al desastre actual. Creo, de todas maneras, que queda clara mi posición al respecto.

Solo, una pequeña referencia a mi experiencia en el pasado durante una breve estancia en la capital de Ucrania, en la ciudad de Kiev. En octubre de 1991, yo estaba trabajando como director de programas de TV3, Televisió de Catalunya. Compré, en aquel momento, un lote de tres óperas grabadas por la Televisión de Ucrania, la Compañía Nacional de Radiodifusión Pública de Ucrania, más conocida como Suspilne, que significa “la pública”. Me llegó el material y pude constatar que los tres programas eran inadmisibles por su baja calidad técnica, artística y formal; un desastre, vamos: inemitibles. Me puse en contacto con ellos y me reconocieron que, efectivamente, no habían hecho un buen trabajo. Inmediatamente, ellos, los representantes de su televisión, me hicieron una propuesta para intentar salvar su prestigio: “véngase usted a Kiev y realice, de nuevo, las tres operas” (sabían que yo, además de dirigir la programación de TV3, también era realizador, principalmente, de programas musicales. Cubrieron todos mis gastos de viaje, estancia y manutención y me marché diez días a Kiev.

Hice mi trabajo -lo más dignamente posible- y tuve tiempo para patearme la ciudad, conocer personas interesantes y visitar centros culturales de primera magnitud. Transcurría el mes de octubre de 1991 y no hacía más de un par de semanas que Ucrania había conseguido su independencia de la entonces URSS; justo un par de meses después, la misma URSS se despedazaba, hecha añicos dando paso a la flamante Federación Rusa.

El ambiente en Kiev era impresionante. La ciudad olía a libertad y una especial alegría se apoderaba de sus gentes. Casi no se lo podían creer. Vi una Kiev con una moral altísima, repleta de gestos triunfantes, con esperanza de futuro y llena de entusiasmo patriótico. No estaban contra nadie; estaban, solo, a favor de ellos. Se les veía disfrutar con su nueva posición en el mundo. Se sentían libres y pretendían pertenecer, plenamente al conjunto de la sociedad occidental, ya fuera de las grapas rusas.

El momento más emotivo durante mi visita a Kiev lo capté en un campo de fútbol. Me invitaron a presenciar un partido de Champions entre los equipos del Dínamo de Kiev y el París Saint Germain (PSG). Nunca había visto nada igual: decena de miles de aficionados ucranianos vociferando, pacíficamente, por su liberación e independencia y aireando banderas de su nuevo país. En medio de este alucinante ambiente, una curiosidad me hizo preguntar algo a un compañero de asiento en las gradas: “¿por qué todo el mundo bebía Fanta? El compañero -que también participaba de la fiesta con su botella grande de naranjada- me dio a probar su contenido: era vodka ucraniano mezclado, someramente, con naranja; más que nada para darle colorido. No hay que olvidar que son eslavos…

En mis recuerdos, ahora, en estos días aciagos y tristes, brillan las imágenes de una Kiev entusiasmada, con sus calles repletas de emoción, con personas educadas que me ayudaron a conocer la ciudad y que cuidaron y mimaron mi trabajo profesional.

No voy a borrar nunca mis preciosos recuerdos.

Sí que voy a pedir que mi sueño real vuelva a la vida de sus habitantes, merecedores, sin duda, de la tan anhelada paz y libertad.


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