Skip to content

“Estupor”

Un 'abrazo de sal' de Lola Maiques Flores

rain-g37f23cfa1_1280
rain-g37f23cfa1_1280

Como la lluvia estos días sobre ciudades que amo, arrecia la tormenta de noticias negativas. Noticias que tocan el corazón y el bolsillo. Rebusco una palabra que resuma lo que han sido estas primeras semanas de 2022 y la que se abre paso en mi mente es estupor.

¿Cómo es posible que nos encontremos en plena Europa en medio de una guerra que parece de tiempos pasados, aunque actualice sus consecuencias de destrucción como sucede con todas? ¿No nos habíamos dado cuenta de que todo está interconectado, de que nada nos es ajeno por mucho que lo pretendamos?

Como muchas personas, lucho porque no me venza la incomprensión, el estupor, el desánimo. Somos seres simples, nuestro latido vital bien puede resumirse en ese “ahora que parecía que salíamos de la pandemia, llega esto”. Y realmente no llega nada nuevo, sólo vemos más cerca el abuso de poder, la falta de derechos y libertades, la injusticia, la guerra, que campan a sus anchas por tantos rincones de nuestro maltratado planeta.

Pero somos seres simples, nos entendemos, nos explicamos, en lo cercano, y yo sólo intento que algo arrincone ese estupor genuino, ingenuo, que me acompaña últimamente y no doy con la clave.  La clave- quizás, sentir, aprender, agradecer- da conmigo a través de un amigo de siempre, uno de los de más tiempo, al que no veía desde mucho tiempo atrás.

“Que pena no estar juntos ya, que esté tan lejos en el abrazo, que no le lata el corazón al verme ni los ojos se le hagan miel y fuego. Qué pena que no me quiera como yo a él. Ojalá un día volviese a ser mía su alegría, su mirada, su caricia, su presencia constante y apasionada, y aquel tiempo que nos hizo ricos” – dice, sus ojos verdes empañados de lágrimas, mientras saborea su copa de vino, dejándome con la boca abierta.

“Y ojo- continua- te lo digo hoy que tú y yo nos hemos vuelto a encontrar, y me he has hecho sentir como en casa, como me hacía sentir él. Me he dado cuenta de cómo necesitaba este tiempo de mirarnos, de hablar de todo y de nada, mirar atrás y adelante, y agradecer todo lo que nos ha hecho ser lo que somos. Y yo soy tanto lo que fuimos, los amigos que aún somos nosotros, como lo que fui con él. Juntaros de alguna manera en el mismo día ha sido un regalo”, concluye.

Entonces, como la lluvia borra los contornos cuando arrecia sobre las ciudades que amo, el estupor se difumina. Sólo queda la contundencia de su mirada y su sonrisa, un corazón como lavado, ajeno a todo lo que no sea el milagro de la complicidad y la palabra que se han sentado a manteles en una mesa de la que hay levantarse para despedir la jornada y dar la bienvenida a un mañana que es hoy.


Deja un comentario

Your email address will not be published.