Al parecer -y así lo tengo entendido- se ha detectado en España un ataque de espionaje, sino masivo, al menos de cierto bulto. Según datos fiables, unas 65 personas pertenecientes al ámbito del independentismo catalán (periodistas, abogados, políticos, etc.) han sido espiados durante unos años a través de un programa informático apellidado “Pegasus”, programa inventado por una empresa israeliana (lo inventan todo… y, lo que no, se lo inventan) que sólo lo puede vender a otros estados; nunca a instituciones, empresas u otras entidades no estatales. España lo compró. Y el CNI (Centro Nacional de Inteligencia, antes CESID) ha tenido a bien utilizarlo. Para que quede claro, el CNI depende, orgánicamente, del Ministerio de Defensa del Gobierno de la Nación. Hasta ahí, el notición.
Un servidor de ustedes no tiene ni la más remota y pajolera idea de espionaje. Ahora bien, dicho esto -y observando lo que ocurre en todas las tertulias habidas y por haber- debo declarar que opinaré libremente sobre el asunto que nos concierne.
Nota: respecto de los tertulianos que actúan en todos los medios de comunicación, me veo en la obligación de denunciar que -excepto honrosas excepciones- ninguno de ellos tiene ni remota y pajolera idea, no tan solo sobre espionaje, sino sobre de todas las temáticas que debaten; y eso, sin ningún tipo de vergüenza que los respalde mínimamente: la cara bien dura, el morro sin pestañear y “vamos que nos vamos”. Excelente.
Desde el prisma de mi humilde y respetuoso punto de vista, les confieso mi inane opinión: espiar no esta nada bien; es más, me parece francamente mal; muy mal; pésimo, vamos. Viene a ser una actividad tan maligna como lo del clásico “chivatazo”: una operación nefasta, vil y ruin. Si, aun por encima, el espionaje se realiza chapuceramente (que mucho me parece que es el caso que nos ocupa; entre otras cosas, por el hecho de qué les han pillado…), entonces ya “apaga y vámonos”, como decían los clásicos del foro.
En toda ya mi longeva vida, sólo he tenido la oportunidad de conocer a un espía profesional; mejor dicho, una espía. La conocí en Salerno, en el sur de Italia, y era una monada de mujer. Esta señorita -con la que tuve el placer de compartir mantel, sólo mantel, en una cena fenomenal- me contó, sin ningún rubor, su historia: resulta que había sido, en su momento, contratada por un determinado partido político que estaba en la oposición, con el objetivo de sonsacar información privilegiada (de corrupción, sobre todo) del partido del Gobierno italiano. Se lió la manta a la cabeza y, de pasó, se lió, íntimamente, muy íntimamente, con uno de los ministros del gabinete. A base de seducción (tenía los medios, realmente; estaba buenísima la gachí) y morbo y, a base de “Camparis” y sábanas de seda y colchones mullidos, le extrajo al ministro toda clase de detalles que ponían en entredicho la actuación gubernamental. Se supo. El resultado fue fascinante: cayo el Gobierno y en el saco se perdió el Primer Ministro. Ella, la tía, bien, sin problemas. Al pueblo, incluso le cayó bien la espía: se hizo actriz y trabajó sin complejos. Lo siento, no puedo decir nombres; y, además, ya no me acuerdo.
En España, en el reciente caso del espionaje al independentismo, no hay por qué preocuparse: el deep state (el Estado profundo) puede tolerar chapuzas pero, en todo caso, va a proteger a los 3000 espías inteligentes (¿inteligentes? No supieron encontrar ni las urnas del Referéndum) de su organización benéfica, el CNI. Y eso que, en este caso concreto, no se limitaron a “escuchar conversaciones” sino que con el “Pegasus” tuvieron acceso libre a todas las aplicaciones de cada uno de los móviles intervenidos: ¡una gozada, oigan! Pero lo que queda claro es que el Estado (por la cuenta que le trae) no va a clarificar nada: “secreto de Estado”
Por eso puedo asegurar y aseguro que nunca se sabrá nada. De nada.