Al aburrimiento se accede a través de dos caminos: uno, colectivo, plural; el otro, solitario, singular. Las personas –atendiendo a los diversos caracteres que las configuran- tienden a escoger una de las dos vías.
Una parte de la población no se aburre jamás cuando va en grupo, sea en la playa, en la discoteca, en la iglesia o en un restaurante. Poseen, esta clase de humanos, un tan alto nivel de sociabilidad que, en manada, gozan de la vida de modo sublime. El tiempo les pasa volando; por el contrario, les aterroriza la soledad. La sola idea de permanecer un ligero lapso de tiempo sin nadie a su lado, les remite a un estado de pánico tremendo.
Un servidor manifiesta su alegría por el hecho de que, socialmente, no me he aburrido ni un solo segundo de mi vida. Siempre me ha parecido que hay suficientes motivos para contemplar todo aquello que el “alrededor” ofrece. Por muy mala que sea una obra de teatro, una película, o una misa solemne, mi imaginación vuela hacia lo más alto y mi conciencia se lo pasa “pipa”.
Ahora bien, debo decir también, que en mis días de soledad absoluta busco, afanosamente, que el aburrimiento se apodere de mi espíritu y me acoja con la máxima plenitud. Es decir, intento disfrutar de eso que se llama tedio. No es fácil, créanme.
El ejercicio que propongo –que requiere un considerable esfuerzo psicológico y una voluntad de hierro- consiste en procurar dejar la mente completamente en blanco, ni un movimiento, ni un pensamiento, ejerciendo la capacidad de olvido de modo flagrante. La práctica de este propósito debe hacerse siempre despierto, claro; durmiendo, el absurdo es total. Hay que pensar en la muerte…y la muerte es la nada. Es necesario “aprender” a morir.
Conseguir este estado de “aburrimiento” absoluto, permite disfrutar del vacío más profundo. La inmensa e intensa inanidad que desprende esta situación es solo comparable al máximo placer, al goce más amplio habido y por haber, sexualidad y gastronomía incluidos.
La época veraniega es proclive a forzar este tipo de actuación. El calor ablanda el cerebro y predispone la mente a la más pura negatividad de cualquier manifestación vital.
Les recomiendo que no se pierdan el mejor libro que se ha escrito jamás sobre el particular: “Oceanografía del tedio”, del señor Eugenio D’Ors, un auténtico manual para disfrutar aburriéndose como una ostra.
… una oda al aburrimiento parcialmente lograda, la suscribo… a uno le gusta procrastinar y arrancar pausas de dolce far niente, y no son en absoluto estresantes, yo disfruto de los tiempos muertos, porque de hecho, no me aburro nunca, me encanta dedicarme tiempo a mí mismo, mediante el no hacer nada, no son momentos perdidos, sino invertidos en disfrutar de manera egoísta… pero lo que me sobrepasa son esas menciones, que considero improcedentes por ser desdeñables, acerca de ceremonias religiosas, iglesias y misas solemnes, valiente memez, eso sí que es aburrido, pero de ese aburrimiento del que hay que escapar como de la peste, aburrimiento estresante, agobiante, insulso y repulsivo… el resto del artículo, vale, está bien, tiene un pase…