El mundo de la información, de la comunicación y de la salud han avanzado mucho pero la mayoría de los consumidores no aprovechamos las herramientas que ponen a nuestra disposición para acertar, por ejemplo, a la hora de escoger los alimentos en el supermercado.
La información que contienen las etiquetas de los productos que adquirimos en las grandes superficies nos dan pistas de si es el que más nos conviene. Probablemente hay un cierto perfil poblacional que ha aprendido (por sus circunstancias) a mirar el detalle de lo que trae el pote de tomate frito, por ejemplo. Nos referimos a quienes tienen algún tipo de obesidad, a quien padece alguna intolerencia alimentaria o a quien le interesa mejorar la elección del producto porque hay muchas diferentes formas de consumir tomate frito.
Es cierto que la información existe. Es obligatorio para las marcas. También es verdad que muchas veces hay que tener buena vista para leer lo que ponen (o entender lo que está escrito).
¿Hasta qué punto tenemos en nuestras manos un producto procesado?
La obligatoriedad de indicar el origen o composición de un alimento no impide que la marca, la publicidad o las etiquetas tengan palabras alusivas al tipo de alimento que es, aunque no lo sea. Por ejemplo; hay muchos procesados de carne que se venden como carne de cerdo cuando solo tienen una parte del producto de origen animal. Muchos alimentos procesados incluyen elementos que los hacen más densos, más bonitos por sus colorantes y, en definitiva, más apetecibles. Eso es legal pero, para quien no tenga costumbre hacerlo, conviene echar un vistazo a la etiqueta y comprobar hasta qué punto es realmente lo que hemos creído que era.
El orden en el que aparecen los ingredientes descritos en la etiqueta es el orden de cantidad en el que está compuesto. Es decir, si la etiqueta habla de azúcar, tomate, especias,… ya sabemos que el producto es, sobre todo, azúcar (y no tomate) aunque sea rojo y la etiqueta ponga salsa de tomate. Por cierto, el azúcar continúa siendo un elemento que aparece en una gran cantidad de productos sin que tenga una razón clara para completar la receta del alimento. El azúcar es barato, enmascara ciertos sabores y genera ganas de seguir consumiendo, algo que a los vendedores les viene muy bien. De la misma manera, la sal es otro de los elementos que nutren las etiquetas de muchos productos procesados. Hay que vigilar la cantidad puesto que un sobre consumo de sal es perniciosa para una buena circulación sanguínea.
Los datos de la composición pueden ser muy importantes, sobre todo para quienes padezcan alguna alergia alimentaria (que no es lo mismo que una intolerancia alimentaria).
La fecha de caducidad, por supuesto, se ha de tener en cuenta. Todos los productos la ponen.
Las guías de calidad del producto son una ayuda fácil y rápida, pero no definitiva. Muchos de los medidores de salud de los alimentos forman parte de una estrategia comercial más que un elemento preciso de su composición o conveniencia para nosotros.