Las vacaciones escolares de verano son muy largas, por lo que los padres y madres buscan fórmulas para conciliar trabajo y familia y que, a su vez, sirva de aprendizaje activo para sus hijos. ¿Y dónde quedan los deberes y las tareas escolares?
En los colegios es frecuente que los profesores aconsejen a sus alumnos realizar un repaso para reforzar y afianzar los conocimientos académicos adquiridos durante el curso. Para ello, dan una lista de tareas y recomiendan una serie de cuadernos de vacaciones.
Pero en la actualidad son mayoritarias las voces que abogan por unas vacaciones escolares de descanso, desconexión y reposición de energías para enfrentar el próximo curso con fuerza; es decir, sin deberes o, al menos, sin actividades y ejercicios teóricos similares a los que realizan en el colegio.
Sin embargo, esto no quiere decir que sus progenitores y educadores tengamos que dejar de estimularlos durante las vacaciones, sino que debemos hacerlo de otra forma. ¿Cómo? A través del juego y experiencias vivenciales.
Es en verano donde mejor se pueden poner en práctica los conocimientos teóricos y habilidades adquiridas durante el curso, porque, aunque los niños no hagan deberes, nunca dejan de aprender.
El juego es de suma importancia para los niños. A través del juego se pueden desarrollar habilidades esenciales para el aprendizaje y, por tanto, para el desarrollo escolar, como son la memoria, la atención, la concentración, la planificación, la comprensión lectora, la discriminación y el cálculo. Así, los juegos en familia les permiten trabajar distintas habilidades no estrictamente académicas, pero sí necesarias para su desarrollo personal y social: el trabajo en equipo, el respeto a las normas de juego y sociales, el desarrollo de estrategias y tácticas o promover la comunicación, entre otros. En cuanto al juego individual, fomenta la autonomía e incentiva la imaginación y creatividad.
