Ustedes me disculparán pero un servidor ya no da más de si. Amante –como fui a su debido tiempo- de Buñuel y Dalí creí, ingenuamente, que ya había saciado mi dosis personal de surrealismo y que, a partir de aquel momento, las rarezas más extrañas no conseguirían producir en mi mente más que benévolas sonrisas.
Pero no. Resulta ser que una señorita ubicada en Oklahoma (USA) tuvo que ser trasladada al servicio de urgencias de un hospital, aquejada de un terrible, intenso y agudo dolor en los huesos vecinos a la mano, los cuales configuran lo que, vulgarmente, venimos en denominar “muñeca”, o sea, el área anatómica que establece la unión entre el antebrazo y la mano. ¿Queda claro? Ahora bien, la pregunta es: ¿Cuál fue el motivo de este atropellado ingreso?, se preguntarán ustedes con razón. La solución: haber estado escribiendo, durante más de seis horas, seis, seguidas, ininterrumpidamente, whatsapps en su teléfono móvil de origen coreano. El diagnóstico: tendinitis aguda con intensos dolores articulares.
Ignoro a qué sujeto pasivo (o “sujeta pasiva” como diría la ministra de Igualdad de turno…o turna, si se tercia) dedicaría la susodicha tantas horas de literatura barata. Tampoco conozco si al citado sujeto o sujeta, al receptor de tanta cháchara electrónica le dio tiempo a iniciar alguna respuesta, debido al grado de compulsión de la enferma o, quizás, al desvanecimiento del lector potencial con su posterior ingreso en un hospital.
Por mi parte, tengo muy claro que en lugar de conducirla a urgencias, la mujer se debería haber entregado en la comisaría de policía más próxima o, en su lugar, directamente al juzgado de guardia, previo paso, eso sí, por la consulta de un psiquiatra clínico que hubiera examinado, concienzudamente, su lamentable situación.
Con casos como este no es nada difícil vaticinar, sin duda, que el fin del mundo está mucho más cerca de lo que pensamos. La idiotez universal se halla en un proceso de agitación mucho más veloz que el que sigue el planeta con su calentamiento global o cambio climático, como ustedes prefieran.
Lo siento mucho por la lesa mujer, pero me da la impresión que su cerebro se encuentra algo por debajo del estado mental de las teclas del teléfono. A la CIA y a la KGB de la época fría les hubiera costado un montón poder espiar con tranquilidad a semejante comunicadora. Con personal como esta señorita, las agencias de Inteligencia se dirigen directamente a la ruina; por exceso de trabajo.
Otra cosa que me preocupa: ¿cuál fue el contenido de tan despiadada locura léxica? Quiero pensar que solo una puede ser la causa de tamaño despropósito: el amor, el desamor o, en su caso el sucedáneo carnal de la pasión: el popularmente conocido como “encoñamiento” absoluto y total; y disculpen el palabro.
Sea lo que sea, el caso propicia una evidencia estridente: la historia de la civilización se va al “garete”.
¡Esto no hay quien lo pare!
PS. En el momento de finalizar este papel me llega la noticia de otro caso de “whatsappitis” en Málaga. Parece que –aunque la dolencia es idéntica- no tiene semejanza alguna con lo ocurrido en Oklahoma. Se trata de una señora embarazada que, al ver en su teléfono móvil cientos de felicitaciones navideñas, decidió, con gran afán, contestarlas todas de golpe y porrazo. Dedicó también seis horas a tan loable menester…y hubo que hospitalizarla. No hubo, pues, récord.
Desde aquí, mi felicitación por su estado de gracia.