El domingo pasado, el 17 de septiembre del 2023 (festejando a San Eustaquio de Roma, quien bajo las órdenes del emperador Trajano llegó a ser un destacado general de la milicia romana y en un día —un mal día lo tiene cualquiera, allá por el año 118— decidió convertirse al cristianismo, que ya me contarán ustedes qué necesidad tenía, pobre hombre, cosa que le costó un martirio mortal cuando las persecuciones de otro tipejo, el emperador Adriano. Feo, todo muy feo.)…, bueno, pues a lo que iba, este soleado domingo casi en la frontera del otoño, me encontraba en la terraza, con unos amigos, zampándome, zampándonos, una suculenta cazuela de pescado. Ambiente agradable, ligera brisa marinera, y muy buena compañía.
En esas que, en mitad del ágape dominical, aparece una bestia bárbara, un insecto doméstico, rural y tocahuevos; una abeja. Gracias a mi saber enciclopédico (sin Google y sin red, como los antiguos trapecistas de circo), a mi especial devoción por la cultura de la apicultura —valga la redundancia— y a mi reconsagrada intuición lo tuve claro inmediatamente: la bestia repugnante y repelente se trataba de una “antófila” (su nombre procede del griego (antophila) y significa “que ama las flores”, que ya me dirán ustedes…). Forma parte de una clase llamada “himenópteros” y se ubica dentro de la categoría “taxanómica” dentro, también, de la supracategoría “Apoidea”). Y, ahora, señores lectores, ¡agárrense!: se le conoce, vulgarmente como “abeja”. Sus antepasados fueron las avispas que, hoy en día, todavía existen, por desgracia de muchos humanos que son víctimas de sus crueles acciones en la anatomía personal. O sea, se trataba de una ordinaria y chabacana abeja; acabáramos…
A partir del momento en que la bestia se arrimó, groseramente, a la mesa, la tranquilidad en que se estaba desarrollando la comida, se partió en mil pedazos. La muy imbécil se dedicó con paciencia y afición a cabrear al personal, sin tregua, sin descanso alguno; ¿de dónde sacaba tal energía la desvergonzada?
Se trasladaba, impunemente, de la cazuela a cada uno de los platos de los amables comensales; luego revoloteaba por ahí, sin rumbo alguno, posándose, grosera y descortesmente en brazos, muslos, tobillos, narices de la concurrencia… después, en su vuelo maligno, vuelta a la cazuela…y así durante un período de tiempo insolente, insoportable. Se acabó, naturalmente, la interesante conversación para concentrarse en tal salvaje insecto.
Ante los viajes voladores de la bestia, mis amigos seguían, con atención, sus “andaduras” y cuando se instalaba en el plato o en la napia de cada uno, su cuerpo, el del comensal, permanecía rígido, aguantando la respiración, lívido, pálido, asustado. ¡Así no había manera!
En un momento determinado – y harto de tanta tontería (disculpen o admiren la aliteración)- tomé la sabia decisión de acabar con ella. Me armé de valor, me volví frío y calculador, y siguiendo los valiosos consejos aprendidos durante mi servicio militar, calculé los riesgos y apliqué principios de táctica y estrategia básicos para realizar mi operación. Esperé, pacientemente, a que la muy idiota —–exhausta ante su vuelo inútil— se posara un instante sobre la mesa y le aticé un sopapo con mi servilleta convenientemente pertrechada. Levanté la servilleta y la vi agonizando, moviendo nerviosamente sus asquerosas patitas. Una segunda leche acabó, definitivamente, con su triste vida. Uno de los comensales, una señorita, votante del PACMA, gritó: ¡asesino! Quedé impávido. Pero, ¿y sí sí? ¿Y si nos hubiera picado? Nos hubiera martirizado como a San Eustaquio…
Sí: ya se que estos deliciosos insectos tienen un destino natural, biológico; que su existencia es básica para la reproducción de plantas y que ¡tal y cual Pascual!
Pero la maté porqué era mía…
Que horror de articulo, la verdad!!.
Queria usted hacerse el gracioso, pero…
… hay gentes que odian las arañas, cuando éstas se comen a los urticantes mosquitos que nos sacan la sangre además de las molestas moscas que ahora en septiembre, no dejan de incordiar… esos son insectos molestos, no una pacífica abeja, que debemos preservar, porque sin abejas no habría cadena trófica y los seres humanos se extinguirían… si se acercaba a la mesa, era atraída por la comida, a ver si podía libar algo… y si tenían ustedes los morros llenos de restos de la misma, porque comían como cerdos, no me extraña que se acercara demasiado, pero si las dejas hacer, no HACEN NADA, pasan y se van… sólo los pazguatos se ponen histéricos antes de hora y reaccionan como energúmenos… la señora de PACMA claramente exageró, pero en realidad no iba descaminada, es usted un inepto y no sabe comportarse…